Fecha: 4 de mayo de 2025

Cuando en una organización, sea grande o pequeña, como puede ser un estado o también una empresa cualquiera, desaparece el que es jefe, el presidente o el CEO como se dice actualmente, se produce una situación de crisis, de paro que en algunos casos puede llegar incluso a su desaparición.

Pero no es así en el caso de la Iglesia. Es verdad que cada vez que hemos vivido la experiencia de la muerte de un Papa hemos tenido una sensación de orfandad. Y no solo nosotros los creyentes de la Iglesia Católica. También para muchos cristianos de otras confesiones e incluso para muchos no creyentes. Algunos, en estos días, me han venido a expresar sus condolencias, a veces sin decirlo explícitamente, sino que lo manifiestan con la mirada, con la expresión de su cara y unas breves palabras: «ha muerto el Papa… » Así me lo han expresado algunas personas. Porque la figura del Papa llena no solo el ámbito de la Iglesia Católica sino también el corazón de muchas personas, creyentes o no.

Pero la nuestra no es una orfandad que lleve al abatimiento o al hundimiento. Porque los cristianos vivimos lo que llamamos la esperanza, esa esperanza que no defrauda, dice San Pablo, cuando es auténtica.

Y lo que estamos viviendo en la Iglesia en estos días ahora refuerza aún más nuestra fe en la misma Iglesia y en que el Señor Resucitado está vivo y está presente en ella. La constatación de que para muchas personas el Papa Francisco, pero también todos los Papas y especialmente los que hemos tenido estos últimos años, han formado parte de nuestra vida, en medio de nuestra sociedad secularizada, puede ser que precisamente demuestre que no lo era tanto como pensábamos, porque en el corazón de los hombres y mujeres de hoy hay añoranza de paternidad, hay necesidad de Dios.

Desde aquel día que Jesús dijo a Simón: «Tú eres Pedro y sobre esta Piedra yo edificaré mi iglesia… y todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo… », desde ese día hasta el día de hoy, el Papa, el Obispo de Roma, el sucesor de San Pedro ha ejercido el rol y la misión de Vicario de Jesucristo en la tierra, de guardián del depósito de la fe y de la unidad, y en estos últimos años un indudable liderazgo moral y espiritual en el mundo.

Y aunque esto lo echamos de menos cuando se produce una situación como la que estamos viviendo y que oficialmente llamamos «sede vacante», sin embargo, nuestra fe y nuestra esperanza van mucho más allá de lo que supondría la falta del que es la cabeza como podría ocurrir en el mundo de la política o de la empresa, porque el Papa es ciertamente cabeza visible, pero solo Jesucristo es su auténtica Cabeza.

Ha muerto el Papa Francisco, es verdad, y sentimos el dolor de la separación, pero sabemos que no era él quien llevaba la nave de la Iglesia, sabemos que Jesús es quien la gobierna con su Espíritu Santo. Y por eso podemos decir que nuestra esperanza es verdadera porque desde ese día que cambió al nombre a Simón hasta ahora, siempre ha estado presente el Señor en su Iglesia: «Yo estaré con vosotros día tras día hasta el fin del mundo» (Mt,28, 28).

Algunos medios de comunicación me han preguntado cuál sería el perfil que yo quisiera para un futuro Papa, para el Papa que está por venir. Y mi respuesta ha sido siempre decir que la Iglesia no es una empresa multinacional, que es el Espíritu Santo quien la lleva y la mueve a pesar de nuestras carencias y oscuridades, y que siempre nos ha dado el pastor, el Papa que en cada momento hemos necesitado. Y no me cabe duda de que así lo hará ahora también como siempre lo ha hecho.