Fecha: 7 de diciembre de 2025

Continuamos nuestro camino hacia el portal de Belén. Aún queda bastante camino. Que nadie se distraiga y que nadie se canse de repente. Es cierto que el cansancio también forma parte de nuestra historia, pero ser misioneros nos pide saber regular las fuerzas, apartar la pereza y el juicio precipitado, y así conservar la aspiración de llegar a todos. Y es que toda la humanidad tiene deseo de Dios. Es decir, deseo de Paz, de Justicia, de Amor.

Hoy son muchos los que hablan de un resurgimiento del hecho religioso cristiano; me atrevería a decir que incluso de aquello que es propiamente católico, comunitario, solidario. Artistas de todo tipo, articulistas, pensadores, hombres y mujeres de la cultura expresan a su manera, y al mismo tiempo, el vacío que provoca el mundo y las ofertas que de él emanan, pero también el gozo de estar en un proceso sincero de búsqueda del absoluto.

En este latido profundo, no podemos descuidar de ninguna manera que Dios respeta siempre nuestros pasos, y Cristo camina misteriosamente a nuestro lado, con un respeto exquisito por nuestra libertad. Como hizo con aquellos discípulos de Emaús. No queremos ser de aquellos que comienzan un camino deprisa y volando, para dejarlo al cabo de poco tiempo. La misión nos reclama la entereza y la firmeza de «tocar los pies en el suelo». Esta es la expresión que hoy querría profundizar un poco.

¿A qué me refiero? Pues bien, si es cierto que la misión a veces es «hacer volar palomas», es decir, soñar, despertar esperanzas y entusiasmos ilusionantes que nos permiten vislumbrar la posibilidad real de que es posible vivir de una manera nueva, según la propuesta de Jesús, también es cierto que la misión es un ejercicio de realismo, de sensatez, de prudencia, de ponderación.

Quiero hacer mención de esta necesidad precisamente ahora, en el tiempo de Adviento. Llegar al portal del niño de Dios es querer madurar como persona, pero también como comunidad creyente. No caminamos nunca solos. No hemos sido creados para ir solos por la vida.

A veces, la ilusión de unos debe equilibrarse con la sabiduría de otros. Todos nos necesitamos. Que nuestro Adviento sea, pues, un tiempo adecuado para saber que debemos poner los pies en el suelo sin pisar ni aplastar a nadie. Queremos dejar una buena huella, aquella que sea reconocida no por la fuerza de la violencia, sino por la intensidad del amor.

Caminar amando: este es el buen paso que nos llevará a Belén. Me gusta, desde siempre, recordar que no camino solo. Eso es católico. Lo sé, no por ciencia infusa, sino por la experiencia de tener que ponerme en camino cada día. La misión que cada uno lleva a cabo es un ejercicio que exige «tocar»: este es el gran sacramento cristiano. Jesús toca nuestro corazón no para maltratarlo, sino para acariciarlo y amarlo más.

La misión, pues, no puede ser nunca una expresión invasiva, sino todo lo contrario: una manifestación de sincera proximidad. El realismo que nos exige la misión nos permite seguir creciendo en aquella sabiduría popular de entender cuáles son los caminos de Dios y cuáles son los momentos adecuados y, por tanto, los ritmos necesarios para seguir aproximándonos al Amor, a Jesús, a Belén, a Dios.

Buen camino y que todos podamos «tener los pies en el suelo».