Fecha: 4 de enero de 2026
El papa León, en su exhortación Dilexi Te nos recuerda que “el evangelista Lucas, narrando la llegada a Belén de José y María, ya a punto de dar a luz, observa con amargura: «No habían encontrado sitio en el hostal.» (Lc 2,7) Jesús nació en condiciones humildes, … fue puesto en un pesebre y, muy pronto, para salvarlo de la muerte, sus padres huyeron a Egipto” (cf. Mt 2,13-15). Y todavía más adelante, dice que «no hubo ningún lugar acogedor ni siquiera a la hora de la muerte, ya que le condujeron fuera de Jerusalén para crucificarlo (cf. Mc 15,22). En esta condición se puede resumir claramente la pobreza de Jesús» (núm 19).
Estamos a punto de celebrar la fiesta de la Epifanía, la fiesta de los Reyes como decimos popularmente, la segunda gran fiesta de este tiempo de Navidad. Es como la otra cara de la moneda de la misma fiesta. El niño pobre, que se ha manifestado a los pastores y al pueblo de Israel, ahora lo hace a toda la humanidad representada en aquellos sabios venidos de tierras lejanas siguiendo el rastro de una estrella que les había intrigado tanto como para ponerse en camino.
Más allá del aspecto entrañable y de la dimensión familiar que comporta la fiesta de la Epifanía, que nos trae recuerdos de nuestra infancia y nos ayuda a mantener nuestras tradiciones, esta fiesta nos lleva a reflexionar una vez más sobre cómo el Señor ha querido venir al mundo y manifestarse a toda la humanidad.
Como nos recuerda el Santo Padre, Dios ha querido hacerse hombre en la pequeñez de un niño, en la pobreza y sencillez de una vida familiar, en la calidez y la ternura de María y José, y en una sociedad dividida y enfrentada, en la realidad dura de una tierra convulsa y tensionada por las guerras y los enfrentamientos. Podríamos decir que Jesús vivió y sufrió todas las situaciones más duras del ser humano, mostrando así la proximidad de Dios a toda realidad humana, empezando por las situaciones más duras y dramáticas de las personas y los pueblos. Y es que Dios ha querido redimir a la humanidad de una manera misteriosa, rebajándose tanto como ha podido.
Pero en medio de esta situación, el evangelio nos presenta brotes de verdadera esperanza. Aquellos sabios venidos de tierras lejanas son signo de esta esperanza de la humanidad y del anhelo de verdad de los hombres y mujeres de todas las épocas, capaces de descubrir a Dios en un niño y adorarle haciéndole presentes como el oro, el incienso y la mirra.
La tradición ha puesto nombre a estos enigmáticos personajes. Melchor, Gaspar y Baltasar representan a la humanidad que es capaz de elevar la mirada más allá de las realidades visibles para descubrir los signos que nos llevan a creer en la presencia de Dios. Y saben ponerse en camino, saliendo de sus comodidades, de su seguridad, de su zona de confort como se dice ahora, para ir al encuentro de lo desconocido, y saben acudir a la Palabra de Dios para buscar la interpretación de los signos de la vida sin dejarse manipular por los poderosos del momento que, ávidos de poder, son capaces de querer destruir la vida del niño. Y siguiendo la luz de la estrella llegan donde está la presencia de Dios hecho hombre y le adoran, ofreciéndole lo más preciado que llevan a sus alforjas. Ellos son signo de la fe puesta en práctica, de la esperanza como motor y viviendo la caridad, el amor de Dios.
Un rey muy pobre, que es capaz de mover los corazones hacia Él y hacia los demás. Que la Epifanía nos ayude a también a nosotros a descubrir la luz verdadera y a ser testigos de esa luz en medio de nuestras familias, en medio del mundo. No lo olvidemos, seguimos la estrella, la luz que nos visita viniendo de lo alto, parar ser también luz nosotros para nuestros hermanos.


