Fecha: 6 de julio de 2025

Estimados hermanos y hermanas:

Comenzamos el tiempo de verano, con unos días de descanso en el cuerpo y el espíritu para estar más cerca de nuestros familiares y amigos. Pero también de Dios, la razón primera de nuestras vidas, quien hace que todo lo demás sea verdaderamente importante.

Partamos de una base importante: más allá de lo que buena parte de esta sociedad piensa, Dios no se toma vacaciones.

A partir de este elocuente y significativo dato, hemos de comprender que el descanso sí es necesario para el ser humano. Lo fue para los discípulos, como recompensa merecida tras su incansable y duro seguimiento del Maestro. Pero, además, les enseñó lo importante que es el reposo espiritual: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera» (Mt 11, 28-30). Y lo es para nosotros, humildes seguidores de un Evangelio que nos invita, de igual manera en el Antiguo Testamento, a volver nuestra mirada hacia Dios: «Pero el séptimo día es día de descanso, consagrado al Señor, tu Dios» (Ex 20, 10).

Este tiempo estival ha de romper con la rutina del día a día, con las jornadas laborales que nos agotan, con las reuniones, los compromisos y las obligaciones ordinarias que tantas y tantas veces nos introducen en una espiral que nos insensibiliza ante el asombro del vivir.

Y hemos de quitarnos de encima esta fatiga que nos incomoda para recuperar el aliento, la viveza y el ánimo, por supuesto, pero sin dejar de lado nuestra primera responsabilidad: cuidar nuestra alma espiritual, traspasada por el amor de Cristo, por medio de los sacramentos, la oración, la escucha de la Palabra…

Estos días hay muchas personas que realizan ejercicios espirituales en busca de paz, otras que deciden poner su tienda –en medio de la montaña o cerca del mar– junto a familiares y amigos para compartir su hogar, o que se van de peregrinación tras las huellas de alguno de los santos que moldean el corazón de la Iglesia.

Cuidar a quien tienes cerca, peregrinar y entrar en las profundidades del alma, es también un acto de amor, porque en cada gesto de cuidado, en cada paso y en cada plegaria está Dios regalándonos la más bonita de sus sonrisas. Estos días, no te olvides de Él. ¡Feliz y santo verano!