Fecha: 4 de enero de 2026
Guillem es un chaval realmente espabilado. Sus ocurrencias me han dado tema, más de una vez, para reflexiones dirigidas a gente mayor. En estas fiestas de Navidad está absolutamente entusiasmado con todo lo que se refiere a los Reyes de Oriente. El otro día preguntó a su madre: «Oye mamá, ¿a la cárcel pasan los Reyes?». La madre respondió que no lo sabía, pero que quizá sí llevan algún regalo. «Pero, si las personas que están en la cárcel —continuó el chico— están siempre encerradas, ¿cómo lo hacen para ir a echar la carta?».
No sé si estropeo algo si a la preocupación de Guillem añado yo: «¡Hay tantas personas encarceladas en el mundo!». Personas que salen a la calle, pero que se encuentran sometidas a privaciones más graves. Personas que saben que hoy no comerán, porque han nacido en un país demasiado pobre o porque la riqueza está repartida de manera injusta. Pienso en tantos pueblos de África, del Oriente Medio, o en países de América, aparentemente libres pero dominados por gobernantes o por vecinos poderosos que tienen miedo de que se desarrollen demasiado.
Pienso en la miseria de tantas naciones del hemisferio sur del planeta, desde donde los ciudadanos que se sienten valientes arriesgan la vida para llegar hasta nuestra casa e intentar establecerse, aunque sea en condiciones muy precarias. Pienso en los habitantes de nuestras comarcas que no tienen trabajo. Pienso en todos aquellos encarcelados en casa por las más variadas adicciones. Todos ellos encarcelados por una violencia fría.
Alguien dirá que viviríamos mejor si no supiéramos nada de esta gente que no se ajusta a nuestra manera de pensar y de actuar. Pero están aquí, en el umbral de casa. Hoy el mundo se ha hecho pequeño como una familia. Están aquí como Lázaro, el pobre del Evangelio, ante la casa del Epulón, esperando recibir alguna migaja.
Por ellos me he decidido a escribir esta carta a los Reyes; pero no a los Magos de Oriente, sino a aquellos que sabemos que somos nosotros quienes hemos de llenar el plato, convirtiéndonos a la fraternidad universal, aunque sea a costa de desgastar nuestro propio presupuesto. La Carta a los Reyes la escribo pensando en los encarcelados con rejas materiales o sin ellas. Porque, al fin y al cabo, los Reyes a quienes la dirijo somos todos nosotros.
Ahora que hemos terminado el Año Jubilar, conviene recordar que, si queremos ser «peregrinos de esperanza», debemos ser portadores de la historia de Jesús. En nuestro mundo necesitamos más Reyes Magos, peregrinos que buscan, aman, escuchan, aprenden y adoran. Y, en cambio, necesitamos menos Herodes: atrapados en el miedo, el poder y la desesperación, ciegos a la creación y sordos a las Escrituras. También hoy la desesperación mata a los inocentes: niños, madres, pueblos enteros. En cambio, Jesús, viniendo al mundo, ha abierto un camino alternativo al de Herodes. Y si no, preguntadle a Guillem, que lo tiene clarísimo.
Vuestro,


