Fecha: 7 de diciembre de 2025

En este camino de Adviento que estamos realizando, celebramos mañana lunes 8 de diciembre, la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, un misterio que resplandece como un faro de esperanza en medio de un mundo convulsionado. Dice la carta a los Hebreos que «llegada la plenitud de los tiempos Dios, que en muchas ocasiones y de muchas maneras había hablado a los padres por boca de los profetas,… ahora en estos días, que son los definitivos, nos ha hablado a nosotros en la persona de su Hijo» (Hbr 1, 1-2), y es a este hijo que nos disponemos a recibirlo hecho hombre en la Navidad. Por eso, Dios en su amor misericordioso preparó a María como “llena de gracia”, como “toda santa”, para que empezara una humanidad nueva.

En esta solemnidad descubrimos la primera luz que Dios nos envía, la Inmaculada, transparencia de Dios en un mundo herido por enfrentamientos y guerras que parecen no tener fin, por tensiones geopolíticas, migraciones masivas, fracturas sociales y culturales, y por una profunda crisis del ser humano, que en muchos casos ha perdido el sentido de su existencia y de su identidad. A esto se añade una revolución tecnológica que, aunque ofrece inmensas oportunidades, también introduce nuevas formas de soledad, de manipulación, de desinformación y deshumanización. Pero la luz que brilla en María ilumina nuestra historia, también hoy, en este tiempo que es el nuestro y en el que la Iglesia camina guiada por el Papa León XIV, llamado a confirmarnos en la fe y a sostener la esperanza en medio de tantas incertidumbres.

María Inmaculada no es una idea abstracta, es un anuncio de que la verdad, la bondad y la belleza no están derrotadas. Dios ha vencido al mal y María Inmaculada es el primer fruto de su plan de salvación para toda la humanidad. Ella es el primer brote de un mundo reconciliado, el comienzo de la nueva creación, es la respuesta de Dios a un mundo en crisis. En una cultura que valora lo instantáneo, ella nos recuerda el valor de la fidelidad cotidiana. En una sociedad que vive “hacia afuera”, ella nos invita a vivir desde dentro, desde la gracia.

María Inmaculada, «aurora de la salvación», es la guía segura para estos tiempos que León XIV ha descrito como una hora decisiva para la fe, la cultura y la misión. Pero, ¿qué debe significar esta celebración para nosotros? Puede que debamos dejarnos interpelar personalmente, revisando algunos aspectos de nuestra vida, y preguntarnos: ¿Qué espacios de mi corazón necesitan purificación? ¿Qué resistencias debo entregar a Dios para que Él actúe? ¿Dónde me llama el Señor a decir mi propio “hágase”, como María? ¿Cómo estoy respondiendo a la misión evangelizadora que el Señor pide hoy a todo el Pueblo de Dios?

Dios nos ha dado en María no sólo un modelo, sino también una madre que vela por sus hijos, para que aquel que acogió en su seno y dio después al mundo en Belén, sea ahora acogido también por todos y cada uno de nosotros.

Os invito a dirigirnos a ella con esta oración, la más antigua que se conoce de la historia dirigida a María: “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios. No desoigas las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos siempre de todos los peligros, Oh Virgen gloriosa y bendita”.