Las Delegaciones diocesanas de Liturgia de las Diócesis de la Conferencia Episcopal Tarraconense han traducido un Subsidio litúrgico de la Conferencia Episcopal Italiana que puede ajuyar a orar en estos momentos de epidèmia.

Este es el Subsidio:

CELEBRAR Y REZAR EN TIEMPO DE EPIDEMIA

Esquema elaborado a partir de los subsidios de la Comisión Nacional de Liturgia

(de la Conferencia Episcopal Italiana)

 PASCUA

ASCENSIÓN DEL SEÑOR

24 de mayo de 2020

Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos

La difícil situación que estamos viviendo no nos permite a algunos participar aún en la celebración de la Eucaristía del Domingo de la Ascensión del Señor.

Sugerimos, por lo tanto, un esquema para una experiencia de oración vivida en familia y en comunión con toda la Iglesia.

Es bueno elegir un espacio adecuado en la casa para celebrar y rezar juntos con dignidad y recogimiento. Siempre que sea posible, se puede acomodar un pequeño «lugar de oración» (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2691) o incluso en un rincón de la casa colocar una Biblia abierta, la imagen del crucifijo, un icono de la Virgen María, una vela o una lámpara encendida.

Cada familia podrá adaptar el esquema conforme a sus posibilidades.

La oración puede ser dirigida por el padre (M) o la madre (M). Cuando todos están reunidos en un lugar adecuado de la casa, quien guía la oración dice:

(M)  En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

(T)  Amén.

(M)  Bendito seas Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo.

(T)  ¡Seas por siempre bendito y alabado!

(M)  Con tu gran misericordia,

abre en nosotros caminos de eternidad.

(T)  ¡Bendito seas por siempre!

(M)  Con tu gran ternura,

renueva en nosotros la esperanza del cielo,

dónde no hay llanto ni dolor.

(T)  ¡Bendito seas por siempre!

(M)  Con la fidelidad de tu amor,

quédate siempre con nosotros

y defiéndenos ante el peligro.

(T) ¡Bendito seas por siempre!

(M)  «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos». Estas palabras de Jesús nos llenan de esperanza. Él no nos deja huérfanos, sino que permanece siempre con nosotros incluso en medio de la dificultad. La promesa no se agota nunca: Jesús, desde el cielo, también reza hoy al Padre por nuestra familia y por todos los que sufren.

(L)  Dios, Espíritu de vida,

tú eres la fuerza que nos anima en la tristeza.

(T)  Ten piedad de nosotros.

(L)  Dios, Espíritu de verdad,

tú eres la voz que nos guía hacia el cielo.

(T)  Ten piedad de nosotros.

(L)  Dios, Espíritu enviado desde el cielo,

tú tienes palabras de vida eterna.

(T)  Ten piedad de nosotros.

(M)  Oh Dios, que nos has redimido en Jesucristo, tu Hijo

muerto por nuestros pecados

y resucitado a la vida inmortal,

confírmanos con tu Espíritu de verdad,

para que, en el gozo que de ti procede,

estemos dispuestos para dar respuesta a todo aquél

que nos pida razón de la esperanza que hay en nosotros.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

(T)  Amén.

TU PALABRA, LUZ PARA NUESTROS PASOS

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles                                                                            1,1-11

En mi primer libro, Teófilo, escribí de todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el comienzo hasta el día en que fue llevado al cielo, después de haber dado instrucciones a los apóstoles que había escogido, movido por el Espíritu Santo. Se les presentó él mismo después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios. Una vez que comían juntos, les ordenó que no se alejaran de Jerusalén, sino: «aguardad que se cumpla la promesa del Padre, de la que me habéis oído hablar, porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de no muchos días». Los que se habían reunido, le preguntaron, diciendo: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino a Israel?» Les dijo: «No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cambio, recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y “hasta el confín de la tierra”». Dicho esto, a la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Cuando miraban fijos al cielo, mientras él se iba marchando, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo».

Palabra de Dios.

(T)  Te alabamos, Señor.

Para meditar la primera lectura de este domingo, puede utilizarse el comentario del anexo.

Después de unos momentos de silencio, proclamamos juntos la fe de la Iglesia, diciendo:

Creo en Dios, Padre todopoderoso,

creador del cielo y de la tierra.

Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor,

que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,

nació de santa María Virgen,

padeció bajo el poder de Poncio Pilato,

fue crucificado, muerto y sepultado,

descendió a los infiernos,

al tercer día resucitó de entre los muertos,

subió a los cielos,

y está sentado a la derecha de Dios,

Padre todopoderoso.

Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.

Creo en el Espíritu Santo,

la santa Iglesia católica,

la comunión de los santos,

el perdón de los pecados,

la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.

A TI ELEVAMOS NUESTRA ORACIÓN

(M)  Dios, nuestro Padre, no nos deja huérfanos: pidámosle con la confianza de hijos, para que nos envíe el Espíritu Santo.

(L)  Señor, envía tu Espíritu a tu Iglesia,

que celebramos ahora en nuestra casa:

(T)  Que esté cerca de los que padecen,

y que nos ayude a ser valientes para proclamar la alegría del Evangelio.

(L)  Señor, envía tu Espíritu,

que abra nuestros ojos y nuestros corazones:

(T)  Que ponga siempre en nuestros labios

palabras de agradecimiento y alabanza.

(L)  Señor, envíanos tu Espíritu:

(T)  Que nos aumente el deseo de participar en la eucaristía,

memorial de un amor entregado para todos.

(L)  Señor, envía tu Espíritu;

que disipe los brotes de violencia y encienda la paz en la tierra:

(T)  Que desaparezca la dureza de nuestro corazón

y se manifieste en nosotros la dulzura de tu rostro.

(M)  El Espíritu Santo es el que hoy y siempre nos invita a llamar a Dios como Padre:

(T)  Padre nuestro…

(M)  Señor, no nos has dejado huérfanos;

que el Espíritu, que habita en nuestros corazones,

sea artífice de comunión

entre los hombres y las mujeres,

ahora y siempre, hasta el fin de los tiempos.

(T)  Amén.

COMUNIÓN ESPIRITUAL EN ESPERA DE RECIBIR LA EUCARISTIA

Creo, Jesús mío, que estás realmente presente

en el Santísimo Sacramento del Altar.

Te amo sobre todas las cosas

y deseo recibirte en mi alma.

Pero como ahora no puedo recibirte sacramentado,

ven al menos espiritualmente a mi corazón.

Como ya venido, te abrazo y me uno del todo a ti.

No permitas, Señor, que jamás me separe de ti. Amén.

INVOQUEMOS LA BENDICIÓN DE DIOS PADRE

(M)  Padre santo, tú miras y cuidas de todas tus criaturas: cólmanos de tus dones.

(T)  Amén.

(M)  Hijo de Dios, tú nos coges de la mano: guíanos con tu Palabra.

(T)  Amén.

(M)  Espíritu divino, tú eres luz para iluminar: enciende en nosotros la llama de tu amor.

(T)  Amén.

(M)  Señor, bendice el camino de nuestra familia

e infunde en nuestros corazones, hoy y siempre,

la luz y la alegría de tu amor.

(T)  Amén.

Cada uno traza sobre sí el signo de la cruz, mientras el padre (o la madre) continua.

(M)  En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

(T)  Amén.

Se puede acabar con la antífona mariana del Tiempo de Pascua, Regina Coeli.

(M)  Reina del cielo, alégrate, aleluya;

(T)  Porque el Señor a quien has merecido llevar, aleluya,

(M)  Ha resucitado según su palabra, aleluya.

(T)  Ruega al Señor por nosotros, aleluya.

(M)  Gózate y alégrate, Virgen María, aleluya.

(T)  Porque realmente ha resucitado el Señor, aleluya.

ANEXO

Para meditar

El pasado jueves se cumplía el día 40 después de la Pascua, día señalado en el libro de los Hechos, como el día final de las apariciones del Señor resucitado. Este año (ciclo A) tenemos la oportunidad de escuchar la finalización del Evangelio de San Mateo con la promesa de Jesús «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos». También, como cada año, leemos el inicio del libro de los Hechos de los Apóstoles (primera lectura), donde se describe la Ascensión de Jesús al cielo. La fiesta de la Ascensión, que ahora celebramos el domingo VII de Pascua, ya que el jueves pasado no era festivo, es una fiesta que tiene un cierto tono agridulce. Agrio, porque marca el final de la presencia visible de Jesús resucitado en este mundo. Desde aquel día los discípulos ya no lo volvieron a ver. Pero también dulce, ya que contemplamos a Jesús glorificado, sentado a la derecha del Padre, que nos asegura que a pesar de estar en el cielo, continuará presente entre nosotros.

Es bonito subrayar, en este día, las palabras que encontramos en el prefacio propio de la Misa de la fiesta de la Ascensión, que dicen así: «Jesús no se ha ido para desentenderse de nuestra pobreza, sino que nos precede el primero como cabeza nuestra, para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino”.

Jesús, coronado de gloria, ha subido al cielo. Pero no para apartarse de nuestra pequeñez, sino para darnos esperanza. Ha subido a abrirnos la puerta del cielo, para que también nosotros podamos entrar. Pero cuidado, no entraremos sólo añorando el cielo, que aún no tenemos. Recordad: «Galileos, porque estáis mirando el cielo …». Sólo entraremos, si antes hemos sabido pisar bien esta nuestra tierra, como Jesús, que la amó y la ama tanto, que no la abandona: Nos envía el Espíritu Santo, establece la Iglesia como continuadora de su misión y nos promete «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos».

Jesús, pues, se fía de nosotros y nos llena de su Espíritu Santo. Por eso también nosotros nos sentimos gozosos y animados para continuar la misión de nuestra cabeza y pastor. Para llegar también nosotros, un día, con la misión cumplida, donde ahora Cristo está sentado a la derecha del Padre.