Fecha: 12 de abril de 2020

A lo largo de esta semana hemos participado desde nuestros hogares, como iglesia doméstica, de las celebraciones centrales de la fe. Nos hemos introducido en el amor de Cristo el Jueves Santo y hemos pedido la gracia de experimentar este gran amor. Hemos acompañado, desde nuestro confinamiento, el paso de la cruz, y ese día nos hemos unido a Cristo, el Señor, que muere para dar vida a la humanidad. Hoy nos reencontramos como comunidad para celebrar la Pascua, la fiesta de la alegría y de la esperanza, la celebración más importante del calendario litúrgico, que ha de llenar de verdadero gozo nuestros corazones y nuestros hogares. Porque Dios ha vencido a la muerte, al pecado, al dolor, al mal que aflige a la humanidad ayer, hoy y siempre.

En la Vigilia Pascual hemos proclamado la Resurrección del Señor, hemos recorrido con las lecturas de la Palabra de Dios los grandes hitos de la historia de la salvación para renovar despuéslas promesas de nuestro bautismo y culminar con la Liturgia Eucarística. Hoy, día de Pascua, expresamos aún más, si cabe, nuestra fe en Aquel que ha vencido a la muerte y nos llama a vivir para siempre; proclamamos que la esperanza puesta en Dios no defrauda, y que nosotros somos testigos de esta esperanza en la familia, con los amigos, en el trabajo, en nuestros ambientes. En esta tarea nos sentimos acompañados por la Virgen María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia. Ella es la estrella que nos guía en esta difícil singladura.

En mis tiempos de seminarista cantábamos una canción que se me quedó grabada en la memoria. Comenzaba así: “Como el grano de trigo que al morir da mil frutos, resucitó el Señor; como el ramo de olivo que venció a la inclemencia, resucitó el Señor; como el sol que se esconde y revive en el alba, resucitó el Señor; como pena que muere y se vuelve alegría, resucitó el Señor…”. Celebramos la resurrección del Señor, su victoria sobre la muerte, su presencia entre nosotros.

Resucitó el Señor, y está presente en los hogares, en las familias que a lo largo de estas semanas tan duras estáis manteniendo viva la llama del amor y la convivencia, que habéis celebrado la Semana Santa de una manera tan diferente, pero sin duda, tan eficaz; está presente en los hospitales y en las residencias de personas mayores, sobre todo en los lugares de mayor sufrimiento a causa de la incertidumbre y de la soledad.

Está presente el Señor en todas las personas que cuidan a los demás como verdaderos ángeles de la guarda, arriesgando la propia vida: en especial, el personal sanitario; y también las fuerzas de seguridad, y aquellos que trabajan para abastecer de lo necesario a las familias confinadas; y en todos los voluntarios que dedican su tiempo para ayudar a los más solos y vulnerables.

Está presente el Señor en todas las personas de buena voluntad que se entregan en los diferentes ámbitos: en las administraciones, en el  mundo del trabajo y de la empresa, en el campo y en el mar; en la economía; en tantas instituciones que luchan para mantener el tejido social; en las entidades de acción caritativa y social así como en las educativas. Está presente en los pastores que en estos momentos quisieran al lado de sus ovejas más necesitadas, y sufren por el confinamiento; en los sacerdotes y diáconos, en los miembros de la vida consagrada, en las comunidades de vida contemplativa, y en todos vosotros, queridos hermanos, niños, jóvenes, adultos y mayores, que mantenéis la esperanza en medio de esta prueba.

Feliz Pascua, santa Pascua! Que el Señor os bendiga y os llene de su amor. Alegrémonos y no perdamos la esperanza, porque el Señor ha resucitado y camina junto a nosotros.