Fecha: 19 de juliol de 2020

Estimados y estimadas,

Rezar el «A Dios me encomiendo» era la advertencia que, de pequeño, me hacía cada noche mi madre, cuando la besaba antes de ir a dormir. Reza el «A Dios me encomiendo», me decía. Y seguían también otras oraciones, más o menos largas según el sueño. «A Dios me encomiendo y a Santa María, la gracia de Dios sea siempre conmigo».

Las costumbres han cambiado en las familias. Pero la necesidad de educar las relaciones con aquellas personas con las que estamos más vinculados continúa. «Los hombres y mujeres no somos islas», dijo alguien. Y con Dios estamos vinculados por la misma existencia y por el amor que nos testimonia en la persona de Jesucristo. No es correcto dejar en el olvido nuestro trato con Dios.

Entre las cosas naturales, está enseñar a los pequeños a dar gracias a Dios por los favores recibidos durante el día, y a pedir su ayuda para el nuevo día que comienza. No obstante, los que tenemos más necesidad de la compañía y del perdón de Dios somos los mayores, porque nos encontramos con más dificultades. Por ello, en estos momentos, me siento agradecido a padres y abuelos, que supieron transmitir lo esencial. Crecimos en un ambiente humilde y sencillo. Con pocos medios y con mucho amor, los padres y los abuelos nos lo dieron todo. Hicieron un don de su vida. ¿No dicen que los años más decisivos de la vida son los primeros? Pues con ellos vivimos la primera y más importante escuela de amor, la primera escuela de trabajo y de esfuerzo y, también, la primera catequesis viva de fe cristiana. Un tronco robusto viene de lo recibido al inicio, y de ello debemos dar gracias a Dios.

La televisión, el móvil, las redes sociales…, que sirven para comunicar, han roto, al mismo tiempo, muchas relaciones: con los vecinos, con la familia y con Dios mismo. Debemos replantearnos seriamente si esto es bueno y si son verdaderamente las redes sociales las que han de mandar en casa.

Hablamos de la necesidad del testimonio. Y uno de los primeros testimonios que un hijo debe dar es el buen entendimiento con sus padres. Y uno de los testimonios que un buen hijo de Dios ha de dar y darse a sí mismo es su relación con el Padre del cielo.

Orar por la mañana, por la noche o al atardecer; no hay nada prescrito en la oración privada. Pero la vida tiene su ritmo. Nos levantamos y comienza un nuevo día; vamos a dormir después de una serie de actividades y pasaremos unas horas inconscientes. Es bueno que en estos momentos pidamos a Dios su compañía, su ayuda, su perdón y le mostremos nuestro agradecimiento.

Es muy sencillo rezar cada día, aunque alguien lo considere anticuado —yo diría que es antiguo, pero no anticuado. Es natural y recomendable que, al despertarnos y al acostarnos, con las palabras que aprendimos de pequeños o con otras, pidamos a Dios y a la Virgen su compañía. Y es hermoso y saludable pensar que, en cualquier lugar donde alguien reza, allí está el Espíritu Santo, aliento vital de la oración.

Vuestro.