Fecha: 8 de marzo de 2020

La Cuaresma es un tiempo propicio para leer y  meditar la Palabra de Dios. En la Sagrada Escritura descubrimos que siempre es Dios quien traza el camino a recorrer en la vida de cada persona y en la historia. Lo vemos en el camino que recorre Abrahán desde la fe, en la peregrinación del pueblo de Israel hacia la Tierra Prometida, conducido por Dios en el desierto; también es Dios quien abre el camino para los que regresan a Jerusalén desde el exilio en Babilonia. En los evangelios, contemplamos cómo Jesús peregrina al Templo de Jerusalén en las fiestas de la Pascua, de Pentecostés y de los Tabernáculos, y como culminará finalmente su peregrinación terrena con el misterio pascual.

Hoy la liturgia nos presenta la llamada y la peregrinación de Abrahán, que es paradigma para todo creyente. Deja su tierra, su patria y la casa paterna, y se pone en camino, con fe y esperanza, hacia el horizonte que el Señor le ha indicado. Así nos lo recuerda la carta a los Hebreos: «Por la fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba. Por fe vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas, y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa, mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios» (11, 8-10). Dios le pide que deje su tierra, su ambiente, sus raíces, para ir hacia el país que le mostrará.

Abrahán acepta la llamada de Dios desde la fe, una fe que le lleva a confiar más allá de las apariencias. Su partida requiere una obediencia y una confianza radicales, algo que sólo se puede llevar a cabo desde una fe recia y profunda. La fe que conduce a la nueva vida, a la vida plena, que no acepta las medias tintas. Recibe la promesa de que llegará a constituir un gran pueblo, pero la promesa no está exenta de paradojas: él es de edad avanzada, igual que su esposa Sara, que además es estéril. Por otra parte, se le promete una nueva tierra, pero en ella tendrá que vivir como un extranjero. Eso significa que tendrá que vivir con actitud de pobreza, sin ansias de posesión, sin ambiciones de poder, consciente de que la existencia misma es un don.

Sin embargo, él confía en Dios y no se deja atrapar por las apariencias aun cuando el panorama se presenta cargado de misterio. Con su actitud se convierte en un modelo de fe, de confianza en Dios en todo momento, de cumplir la voluntad de Dios mientras dure la peregrinación en la tierra. Abrahán es el modelo del ser humano que se ve a sí mismo como un peregrino en esta vida y en este mundo, en camino constante hacia la patria del cielo.

El peregrino fundamenta su vida en la fe. Para nosotros, peregrinos y cristianos del siglo XXI, la fe no puede ser un elemento más de nuestra ajetreada vida, uno más de nuestros valores y aficiones, porque la fe es el principio y el fundamento de una vida según el Evangelio. Sólo la fe introduce y posibilita la vida nueva que trae Jesucristo. Desde el comienzo de su ministerio, Jesús pide a los que le seguían creer en la Buena Nueva y presenta siempre la fe como condición indispensable para entrar en el reino de los cielos. Ya se trate de la curación corporal  o espiritual, ya se trate de los milagros que realiza, siempre es a través de la fe.

El cristiano debe vivir con profundidad su fe, y debe dar testimonio de ella: «Brille así vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo» (Mt 5, 16). Una fe que debe crecer y que no se puede ocultar; al contrario, ha de proyectarse e iluminar a través del testimonio de una palabra oportuna y una vida coherente. Para eso hemos emprendido el camino cuaresmal.