Fecha: 25 de junio de 2023
Desde nuestra fe defendemos el valor de las alianzas.
Sin embargo, la teología y la espiritualidad de la Alianza bíblica están muy lejos de las típicas alianzas que se dan en el mundo. Así dentro del compromiso económico o político. Aunque éstas sean en general positivas para nuestra convivencia social, ya que al menos superan el enfrentamiento. Es lástima que muchas veces prevalezca el interés particular, el beneficio de los aliados, un interés compartido, para la defensa o la agresión ante un enemigo compartido (quizá otra alianza). Así muchas de las alianzas políticas. Hoy nos escandalizaría lo que era habitual durante siglos, es decir, que las alianzas matrimoniales se utilizaban para favorecer alianzas políticas. Hay alianzas entre negocios o de empresas de sí competitivas, que se alían para ganar más dinero, anular la competencia, fijar los precios… O las alianzas internacionales de tipo militar y político para ser fuertes frente a un enemigo común. Éstas, unas veces evitan guerras y otras favorecen la formación de bloques enfrentados. En un extremo hallamos incluso alianzas para delinquir.
Todas estas alianzas nacen del interés y tienen como preámbulo intensas negociaciones, para que las partes queden máximamente satisfechas… A veces encontramos una forma de vivir la religión muy parecida a este modo de “aliarse”, en este caso con la divinidad, que recuerda las alianzas interesadas. Una vez me enseñó un potente empresario constructor las diversas estampas que llevaba en la cartera para que le ayudaran en sus negocios. Y un matrimonio, dueño de una conocida marca del mercado inmobiliario, encargaba a los hijos que rezaran mucho para que “una determinada operación saliera bien”. Según el fin y los medios de esos negocios, esta conducta no era reprochable… Aunque en el caso del matrimonio, el efecto en la religiosidad de los hijos fue nefasto: desde la increencia hasta la superstición.
La Alianza que está en la base de nuestra vida de fe es radicalmente distinta. Por eso es “nueva”. Nueva no solo respecto de la del Sinaí, sino también respecto de todas las alianzas de la humanidad. Su origen es, sin más, la condescendencia de Dios. De un Dios que no necesita nada de nosotros, pero que se vincula con nosotros por simple amor compasivo.
Es verdad que mediante la fe en Cristo y el seguimiento de su persona, como alguien ha dicho, “nos apuntamos al ganador” en la apuesta de la vida. Una alianza que, aun siendo religiosa, no deja de ser “interesada”. Entre los paisanos de Jesús, incluso entre sus discípulos, había quienes incluían la alianza como pueblo y nación en la gran Alianza de Dios en el Sinaí: era el orgullo de ser pueblo elegido ante las naciones. Así mismo, parece que la madre de los hermanos Zebedeos esperaba y deseaba que sus hijos fueran con Jesús, porque, cuando llegara su reino, podrían ocupar el lugar de primeros ministros. La vida asegurada. La respuesta de Jesús consistió en aclarar la diferencia abismal que hay entre quienes en este mundo ejercen el poder y sus discípulos (cf. Mc 10,35-44). Recuerdo un profesor que le gustaba repetir: “señores, no olviden que Dios no está disponible”. Quería decir que se había vinculado a nosotros en Alianza, pero esto no quería decir que estuviera a al servicio de nuestra voluntad caprichosa.
Dios se ha vinculado a nosotros en Alianza Nueva y Eterna, se hace amigo y hermano, pero en realidad el auténtico hermano o amigo “nunca está disponible para mí”, sobre todo cuando Él sigue siendo el Señor y a Él debemos todo lo que somos y tenemos.