Fecha: 23 de abril de 2023

Solo San Juan narra en detalle la aparición particular del Resucitado a María Magdalena (Jn 20,11ss.; cf. Mc 16,9-11). Sin embargo, su relato, como acostumbra en sus escritos, es muy rico en significado y muy interesante para nuestra vida.

La escena se desarrolla a continuación del hallazgo por Pedro y Juan del sepulcro vacío. Ellos “aún no habían entendido que, según la Escritura, Jesús tenía que resucitar. María tampoco había entendido y por eso llora a causa de no saber qué ha sido del cuerpo de Jesús.

“Apenas dicho esto, volvió la cara y vio allí a Jesús, aunque no sabía que fuera él. Jesús le preguntó: –Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el que cuidaba el huerto, le dijo: –Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, para que yo vaya a buscarlo. Jesús entonces le dijo: –¡María! Ella se volvió y le respondió en hebreo: –¡Rabuni! (que quiere decir “Maestro”). Jesús le dijo: –Suéltame, porque todavía no he ido a reunirme con mi Padre. Pero ve y di a mis hermanos que voy a reunirme con el que es mi Padre y vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios. Entonces fue María Magdalena y contó a los discípulos que había visto al Señor, y también lo que él le había dicho

Es importante discernir cuál es el motivo de nuestros llantos. ¿Lloramos también por haber perdido el que era referencia de nuestras vidas?, ¿por sentir el vacío de ausencia del amigo? No menos importante es la pregunta: ¿a quién buscamos? No solo qué buscamos (una idea, un objeto, una cosa) sino a quién (alguien personal que responda a nuestra necesidad de amar y ser amados)

El fondo del icono sirve para enmarcar la escena principal. Ésta, el encuentro con María Magdalena, se entiende en el contexto de los encuentros del Resucitado con discípulos y hasta con su propia Madre. Todos estos encuentros tienen como objetivo “curar la mirada” para entender que la muerte de Jesús y su resurrección debía ocurrir como estaba anunciada, es decir, que los acontecimientos, lejos de escandalizarnos, nos confirman que “se han cumplido las Escrituras”.

Pero el encuentro con María Magdalena es especial y dice más. En el icono las miradas se cruzan, centradas en el otro. El llanto y la búsqueda de María nacen de haber creído y amado intensamente al que ahora ha muerto. Le busca, no porque crea en la resurrección, sino porque sigue queriéndole. Y ella reacciona reconociendo la presencia de Jesús vivo, cuando se siente llamada por su nombre. Además, el movimiento espontáneo, que naturalmente le nace, es atrapar y retener a Jesús, para que no vuelva a irse.

La respuesta de Jesús consiste en abrir a María (y a todos los discípulos) otro mundo, otro estado, otra manera de estar presente y de amar. La expresión “suéltame”, corresponde al momento decisivo en todo diálogo de amor maduro y verdadero. A veces ese momento resulta doloroso. El amor deja de ser posesivo. Ocurre en el afecto paterno – filial, en la amistad entre iguales, incluso en el matrimonio. No es que sea más madura la relación en la que falte el vínculo y la correspondencia (esto más bien es necesario), sino que el otro deja de ser “una posesión” propia, deje de ser siervo para convertirse en hermano.

De aquí que la respuesta de Jesús incluya la misión de anunciar el nuevo amor, la fraternidad basada en la común filiación: me voy al Padre mío y Padre vuestro, mi Dios y vuestro Dios. Se inicia la humanidad nueva.