Fecha: 23 de agosto de 2020

Esta semana celebraremos las fiestas de san Agustín y santa Mónica, una madre y un hijo muy singulares. Agustín de Hipona (354-430) fue un hombre de talento extraordinario, de amplios conocimientos filosóficos y humanísticos, con una variada e intensa experiencia vital.  Vivió en una época en que el Imperio Romano estaba resquebrajándose, debido a la división interna y a la pérdida de valores morales en la sociedad así como a la presión de los pueblos bárbaros  Su itinerario intelectual y espiritual le llevó a la conclusión de que fe y razón son las dos fuerzas que nos llevan a encontrar a Dios, a conocer y creer, y de que en esta aventura  el ser humano cuenta con los medios que Dios le ofrece y con la propia colaboración desde el ejercicio de su libertad.

El pensamiento y la vida de san Agustín siguen siendo de gran actualidad, y plantean interrogantes profundos al hombre contemporáneo. Las circunstancias personales y sociales que vive el joven Agustín y las que nos toca vivir a nosotros no son muy diferentes en lo esencial. Podemos encontrar muchos paralelismos entre su época y la nuestra, muchas semejanzas entre los anhelos de su corazón y los del nuestro, entre su búsqueda de la felicidad y la nuestra. Como en su caso, a lo largo de la vida no faltan madres que nos animen a seguir el buen camino, como tampoco faltan cantos de sirena que nos orienten hacia el relativismo cómodo y al consumismo materialista. Nuestros tiempos no son proclives a la verdad y la sabiduría.

Seguimos afectados por la pandemia, avanzando a trancas y barrancas, entre brotes, rebrotes, confinamientos y variadas normativas, y al final  no nos queda más remedio que reflexionar un poco y hacernos algunas preguntas sobre la vida y su sentido, sobre el dolor y la muerte, sobre la felicidad, sobre la verdad y el bien, sobre el futuro. Hay respuestas que no encontraremos en Wikipedia, porque la tablet no tiene soluciones para todo. San Agustín buscó la verdad con todas sus fuerzas a través de la reflexión, del estudio de la filosofía, y acabó descubriendo que la luz verdadera que puede iluminar la existencia humana es Jesucristo. Tuvo un encuentro con la Palabra de Dios en el jardín de su casa de Milán, donde oyó una voz que le decía «toma y lee», y descubrió la palabra viva y eficaz de Dios, capaz de iluminar la vida entera y de propiciar su conversión.

San Agustín fue testigo de la decadencia de no pocas instituciones y formas de entender la vida, la sociedad, la política, el orden establecido en aquel momento. Hoy nos encontramos en una situación en la que la vida, la familia y la sociedad también pueden verse afectadas por grandes transformaciones. Nos preocupa que grandes instituciones que durante siglos dieron estabilidad a la sociedad occidental sean cuestionadas  hasta en su misma razón de ser. Él no adoptó una postura derrotista o desesperanzada. A pesar de sentir de cerca la amenaza de los vándalos, no perdió nunca la esperanza, apoyado en la certeza de que las crisis humanas pasan, pero en cambio, hay valores que no pasan nunca, y sobre todo,  confiado en que frente a todo lo fugaz y pasajero, el ser humano encuentra en Dios la fuerza, el fundamento y la salvación.

Él fue capaz de aportar luz y renovación a un mundo en crisis, y destacó el valor y el sentido profundo que tiene la vida de todo ser humano; porque todo ser humano está llamado a la eternidad, a la ciudad de Dios. Nuestro paso por el mundo no es un fin en sí mismo, es más bien un tránsito fugaz y efímero antes de llegar a nuestro verdadero destino: la ciudad celestial. Por eso, el concepto que mejor define al ser humano es el de homo viator, un ser cuya condición es la de caminante, peregrino hacia un destino infinito. Al recorrer nuestro camino, procuremos ser minorías creativas, comunidades cristianas que por la firmeza de su fe, por la seguridad de su esperanza y por la constancia de su amor, son sal, luz, fermento vivo en sus ambientes.