Fecha: 27 de noviembre de 2022

Estimadas y estimados. En la lengua francesa encontramos la expresión «une hirondelle ne fait pas le printemps», expresión que un buen traductor no traducirá nunca literalmente, diciendo «una golondrina no hace primavera», sino que dirá «una flor no hace primavera» o, tal vez, «una golondrina no hace verano». ¡Voilà! el vasto mundo de la traducción. Y es que toda traducción es una interpretación del texto original que debe conservar el sentido, más allá de la literalidad de las palabras. Digo esto a propósito de la constatación de un aumento en la traducción de textos religiosos, especialmente bíblicos, que no recalcan el sentido religioso del texto, sino el literario, el cultural o el histórico. Lo manifestaba, entre otros, un extenso artículo de Álvaro Colomer aparecido en el suplemento «Cultura|s» de La Vanguardia, con el título «Y Dios se adaptó a los lectores», del pasado 29 de octubre. Se constata cómo algunos editores quieren liberar los textos bíblicos de su sentido religioso para adaptarlos a nuevos lectores que muchas veces ni siquiera son creyentes. De hecho, conviene recordar que treinta millones de personas compran anualmente un ejemplar de la Biblia en algún rincón del planeta.

Una cosa es interpretar y otra adaptar. La interpretación es legítima y necesaria. La adaptación es cuestionable y puede ser incluso perversa. Es cierto que un texto como el de la Biblia puede ser objeto de diversidad de lecturas, como cualquier texto clásico, pero al leer la Biblia no se puede ignorar que se trata de un texto religioso. Obviar esta característica esencial es desvirtuar la obra y hacer desaparecer su sentido original. El interés de la Biblia ―como el de cualquier obra clásica― se encuentra en lo que dice y en cómo lo dice, porque en ningún otro lugar se dice lo que allí se dice.

Es necesario proponer nuevas traducciones para actualizar el lenguaje y hacerlo más cercano al lector contemporáneo, como supo hacer el magnífico equipo de traducción de la Biblia Catalana Interconfesional. Pero también hay que ser cuidadoso con aquellas adaptaciones que convierten a la Biblia en algo alejado del original. En este sentido, el mismo artículo recoge unas palabras de Josep Batalla –que prepara una traducción de los Salmos– donde muestra su desconfianza de las versiones laicas que se están publicando: «Ahora está de moda utilizar el término “Dios vengativo” para referirse al Dios del Antiguo Testamento, cuando la palabra hebrea original no habla nunca de “revancha”, sino que debería traducirse como “Dios vindicativo”, en el sentido que exige. “Desgraciadamente –afirma Batalla–, la mala traducción es la que se está imponiendo y el significado de las Escrituras está siendo traicionado”».

Existen también versiones litúrgicas de los textos bíblicos poco adecuadas. Por ejemplo, cuando se traduce la palabra «talento» por el término «millón». Ésta es una mala interpretación, porque el sentido del término talento no se corresponde al sentido del término millón, como sí se correspondía el sentido del término «flor» al sentido del término «golondrina». No es el texto el que debe hacerse contemporáneo del lector, sino el lector el que debe hacerse contemporáneo del texto. Sólo así dejaremos que el texto nos hable y diga cosas, sin necesidad de manipularlo para hacerlo más atractivo.

Vuestro.