Fecha: 30 de julio de 2023

Estimadas y estimados, hoy me dirijo especialmente a vosotros, jóvenes del arzobispado de Tarragona: algunos salís este fin de semana hacia Lisboa, para participar de la Jornada Mundial de la Juventud; otros, que no han podido ir, se harán presentes con la oración y contactando con sus compañeros a través de móviles y tabletas. Esta Jornada Mundial es una fiesta que nos hace tomar conciencia a todos de la riqueza que vosotros sois para el pueblo santo de Dios y para la sociedad en general. Será motivo de alegría contemplar la multiplicidad de dones que manifestará, así como la diversidad de culturas y vivencias de fe que los hermanos de otros países nos harán descubrir. Compartiremos el don de Dios, cada uno desde su experiencia y desde su descubrimiento vital.

El Papa Francisco, que estará con nosotros estos días, nos propone el lema: «María se levantó y partió sin demora» (Lc 1,39). María, la mujer que tiene tanto que enseñarnos, vuelve a aparecer como un icono a seguir, la discípula por excelencia. Fijaos: en este lema nos propone dos actitudes. La primera es levantarse. El evangelista utiliza el mismo verbo griego que para hablar de la resurrección. Por eso, en lenguaje bíblico, levantarse no se refiere solo a un movimiento físico, sino, también y sobre todo, interior. Levantarse significa apartar la mirada del propio ego, de los propios problemas, de mi mundo egoísta que me lleva al aburrimiento y la autocomplacencia. Levantarse significa moverse más allá de la propia zona de confort, dejando las seguridades y comodidades que paralizan. Levantarse significa aprender que el centro de mi vida no soy yo, sino Jesús y, en él, cada hombre y cada mujer a la que me dispongo a servir. La segunda actitud que María nos enseña es la prisa en la partida. No se trata de la prisa fruto del estrés, a la que nos aboca nuestro mundo industrial y tecnológico. La de María es la prisa de Dios, una prisa que nada tiene que ver con el tiempo cronológico, sino con un irrefrenable deseo de contagiar a todo el mundo el amor. Esta prisa es lo contrario de la tibieza y la indiferencia; es movimiento, fuego, deseo de amar, de servir, de darse. Cuando vemos a alguien que sufre y nos necesita, iremos velozmente a socorrerlo. O cuando tenemos una buena noticia para comunicar a un buen amigo o amiga, anhelaremos poder llegar lo antes posible. Como aquellas mujeres que se marchan deprisa del sepulcro con ganas de anunciar que han visto al Señor resucitado. Y es que, como dijo san Ambrosio de Milán: «la gracia del Espíritu Santo ignora la lentitud».

Estas dos actitudes: levantarse y marcharse deprisa, nos recuerdan que el evangelio es una aventura, una revolución de amor generoso. Y en esto los jóvenes tenéis mucho que decir y enseñarnos. El apasionamiento y la valentía deben estimular a todos. De igual modo deseo que nosotros, miembros de la comunidad diocesana, sigamos acompañándoos en la experiencia creyente.

Como María, y ayudados por ella, aprendamos todos a desvivirnos para hacer posible el milagro del evangelio. Con este deseo, por medio de estas Cartas Dominicales, me despido de todos vosotros, si Dios quiere, hasta septiembre. ¡Buen verano!

Vuestro,