Queridos hermanos y hermanas:

Después del martirio de Esteban, la “carrera” de la Palabra de Dios parece sufrir un paro debido al desatarse de «una gran persecución contra la Iglesia de Jerusalén» (Hch 8,1). El resultado es que los Apóstoles permanecen en Jerusalén, mientras muchos cristianos se dispersan por otros lugares en Judea y Samaría.

En el libro de los Hechos, la persecución aparece como el estado de vida permanente de los discípulos, de acuerdo con lo que había dicho Jesús: «Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15.20). Pero la persecución, en lugar de apagar el fuego de la evangelización, lo atiza todavía más.

Hemos escuchado lo que hizo el diácono Felipe que comienza a evangelizar las ciudades de Samaría, y son numerosos los signos de liberación y sanación que acompañan el anuncio de la Palabra. Entonces, el Espíritu Santo marca una nueva etapa en el camino del Evangelio: empuja a Felipe a salir al encuentro de un forastero que tiene el corazón abierto a Dios. Felipe se levanta y parte decidido y, en un camino desierto y peligroso, se encuentra con un alto funcionario de la Reina de Etiopía, administrador de sus tesoros. Este hombre, un eunuco, después de haber ido a Jerusalén para rendir culto, regresa a su país. Era un prosélito judío de Etiopía. Sentado en una carroza, lee el rollo del profeta Isaías, en particular el cuarto canto del “siervo del Señor”.

Felipe se acerca al carruaje y le pregunta: «¿Entiendes lo que vas leyendo?» (Hch 8.30). El etíope le contesta: «¿Cómo lo puedo entender si nadie me hace de guía?» (Hch 8.31). Ese hombre poderoso reconoce que necesita ser guiado para entender la Palabra de Dios. Era el gran tesorero, era el ministro de economía, tenía todo el poder sobre el dinero, pero sabía que sin la explicación no podía entender, era humilde.

Y este diálogo entre Felipe y el etíope nos lleva a reflexionar también sobre el hecho de que no basta con leer la Escritura, es necesario comprender su significado, encontrar el “jugo” que va más allá de la “corteza”, ir al Espíritu que anima la letra. Como dijo el Papa Benedicto XVI al comienzo del Sínodo sobre la Palabra de Dios, «la exégesis, la verdadera lectura de la Sagrada Escritura, no es sólo un fenómeno literario, […]. Es el movimiento de mi existencia» (Meditación6 de octubre de 2008). Entrar en la Palabra de Dios es estar dispuesto a ir más allá de los propios límites para encontrar y conformarse a Cristo, que es la Palabra viva del Padre.

¿Quién es, pues, el protagonista de lo que leía el etíope? Felipe ofrece a su interlocutor la clave de lectura: ese siervo manso y sufriente, que no devuelve mal por mal y que aunque sea considerado fracasado y estéril y al final eliminado, libera al pueblo de la iniquidad y da fruto para Dios, ¡es precisamente ese Cristo que Felipe y toda la Iglesia anuncian! Que con la Pascua nos ha redimido a todos. Finalmente el etíope reconoce a Cristo y pide el bautismo y profesa la fe en el Señor Jesús. Esta historia es hermosa, pero ¿quién empujó a Felipe a ir al desierto a encontrarse con este hombre? ¿Quién empujó a Felipe para que se acercara al carruaje? Es el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el protagonista de la evangelización. “Padre, voy a evangelizar” âEURo “Sí, ¿qué haces?” âEURo “Ah, yo anuncio el Evangelio y digo quién es Jesús, trato de convencer a la gente de que Jesús es Dios”. Amigo, eso no es evangelización, si no hay Espíritu Santo no hay evangelización. Eso puede ser proselitismo, publicidad…. Pero la evangelización es dejar que el Espíritu Santo te guíe, que sea Él quien te empuje al anuncio, al anuncio con el testimonio, incluso con el martirio, incluso con las palabras.

Después de haber llevado al etíope al encuentro del Resucitado âEURoel etíope encuentra a Jesús resucitado porque entiende aquella profecíaâEURo, Felipe desaparece; el Espíritu lo toma y lo envía a hacer otra cosa. He dicho que el protagonista de la evangelización es el Espíritu Santo y ¿Cuál es el signo de que tú, cristiana, cristiano, eres un evangelizador? La alegría. Incluso en el martirio. Y Felipe, lleno de alegría, fue a otro lugar a predicar el Evangelio.

Que el Espíritu haga de los bautizados hombres y mujeres que anuncian el Evangelio para atraer a los demás no a sí mismos sino a Cristo, que sepan hacer lugar a la acción de Dios, que sepan volver a los demás libres y responsables ante el Señor.

 

 

 

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