CELEBRAR Y ORAR EN TIEMPO DE EPIDEMIA
Esquema realizado a partir del subsidio de la Comisión Nacional de Liturgia (de la Conferencia Episcopal Italiana)
CUARTO DOMINGO DE CUARESMA
Celebrar el Día del Señor en familia
La difícil situación que estamos viviendo no nos permite participar en la celebración de la Eucaristía del cuarto Domingo de Cuaresma.
Sugerimos, por lo tanto, un esquema para una experiencia de oración vivida en familia y en comunión con toda la Iglesia.
Es bueno elegir un espacio adecuado en la casa para celebrar y rezar juntos con dignidad y recogimiento. Siempre que sea posible, se debe crear un pequeño «lugar de oración» (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2691) o incluso en un rincón de la casa se colocará una Biblia abierta, la imagen del crucifijo, un icono de la Virgen María y una vela, que se encenderá en el momento adecuado.
Este cuarto domingo de Cuaresma es llamado «Laetare», palabra latina que significa «Alégrate», porque es así como empieza el canto de entrada que la liturgia recomienda para la misa. Si se considera apropiado, se pueden colocar unas flores al lado de la Biblia o de la vela.
Cada familia podrá adaptar el esquema conforme a sus posibilidades.
La oración puede ser dirigida por el padre (M) o la madre (P). Cuando todos están reunidos en un lugar adecuado de la casa, quien guía la oración dice:
(M) En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
(T) Amén.
(M) Dios Padre, que ha sido bendecido a lo largo de los siglos,
nos conceda estar en comunión unos con otros,
con la fuerza del Espíritu, en Cristo Jesús, nuestro hermano.
(T) Bendito seas por siempre, Señor.
(M) Este año vivimos una Cuaresma anómala. No podemos reunirnos para la celebración de la Eucaristía o para otros momentos de oración. Nuestras calles y nuestras plazas están vacías. Sin embargo, no podemos estar tristes. La invitación para todos es regocijarse porque delante de nosotros resplandece la Pascua, que es un anuncio de resurrección y de vida, y una promesa de esperanza para cada ser humano. Hoy también escuchamos la palabra de Jesús, luz del mundo, para seguirlo todos los días y para que ilumine nuestro camino.
(M) Oramos juntos con el Salmo 27 (26)
(C1) El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar?
(C2) Cuando me asaltan los malvados
para devorar mi carne,
ellos, enemigos y adversarios,
tropiezan y caen.
(C1) Si un ejército acampa contra mí,
mi corazón no tiembla;
si me declaran la guerra,
me siento tranquilo.
(C2) Una cosa pido al Señor,
eso buscaré:
habitar en la casa del Señor
por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor,
contemplando su templo.
(C1) Él me protegerá en su tienda
el día del peligro;
me esconderá en lo escondido de su morada,
me alzará sobre la roca;
(C1) Escúchame, Señor,
que te llamo; ten piedad, respóndeme.
Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro».
Tu rostro buscaré, Señor.
(C1)No me escondas tu rostro.
No rechaces con ira a tu siervo,
que tú eres mi auxilio;
no me deseches, no me abandones,
Dios de mi salvación.
(C2) Porque tengo enemigos,
no me entregues a la saña de mi adversario.
Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
(M) Oh Dios, padre de luz,
tú que ves las profundidades de nuestro corazón:
no permitas que el poder de la oscuridad nos domine,
abre nuestros ojos con la gracia de tu Espíritu,
para que veamos aquel que enviaste para iluminar el mundo,
y creamos solo en Él, Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor.
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.
(T) Amén
TU PALABRA, LUZ PARA NUESTROS PASOS
Del Evangelio según San Juan (Jn 9,1.6-9.13-17.34-38)
En aquel tiempo, al pasar, vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento; escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado)». Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es ese el que se sentaba a pedir?». Unos decían: «El mismo». Otros decían: «No es él, pero se le parece». El respondía: «Soy yo».
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó: «Me puso barro en los ojos, me lavé y veo». Algunos de los fariseos comentaban: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado». Otros replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?». Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?». Él contestó: «Que es un profeta».
Le replicaron: «Has nacido completamente empecatado, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?». Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?». Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?». Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ese es». Él dijo: «Creo, Señor». Y se postró ante él.
Palabra del Señor.
(T) Gloria a ti, Señor Jesús.
Para meditar el pasaje evangélico de este domingo, puede utilizarse el comentario del anexo.
A TI ELEVAMOS NUESTRA ORACIÓN
(M) Como hijos de la luz, aclamemos a Cristo, luz del mundo, y pidámosle que ilumine los ojos de nuestro corazón para que nuestros pasos avancen a la luz de su palabra.
(L) Cuando no vemos tu plan de amor en las pruebas de la vida.
(T) ¡Abre nuestros ojos, Señor!
(L) Cuando no te reconocemos como luz de nuestro camino.
(T) ¡Abre nuestros ojos, Señor!
(L) Cuando preferimos avanzar en las tinieblas y alejarnos de ti.
(T) ¡Abre nuestros ojos, Señor!
(L) Cuando no te vemos, porque estamos demasiado ocupados mirándonos a nosotros mismos.
(T) ¡Abre nuestros ojos, Señor!
(L) Cuando no te reconocemos en el pobre y en el necesitado.
(T) ¡Abre nuestros ojos, Señor!
(L) Tú, luz que ilumina a la gente:
(T) ¡Abre nuestros ojos, Señor!
(L) Tú, Cordero de Dios, lucero de la ciudad eterna:
(T) ¡Abre nuestros ojos, Señor!
(L) Tú, estrella de la mañana que no conoce ocaso:
(T) ¡Abre nuestros ojos, Señor!
(M) Conscientes del sufrimiento de muchas personas en estos momentos, pedimos aún:
(T) Dios todopoderoso y eterno,
que eres ayuda en nuestra fatiga, apoyo en nuestra debilidad:
de ti todas las criaturas reciben fuerza, existencia y vida.
Venimos para invocar tu misericordia
porque hoy todavía conocemos la fragilidad de la condición humana
viviendo la experiencia de una nueva epidemia viral.
Te confiamos a los enfermos y a sus familias:
da la curación a sus cuerpos, sus mentes y sus espíritus.
Ayuda a todos los miembros de la sociedad a llevar a cabo su tarea
y a fortalecer el espíritu de solidaridad entre ellos.
Sostén y conforta al personal médico y sanitario,
y a todos los cuidadores, en el cumplimiento de su servicio.
Tú que eres la fuente de todo bien,
bendice abundantemente a la familia humana,
aparta de nosotros todo mal y da una fe firme a todos los cristianos.
Líbranos de la epidemia que nos está golpeando
para que podamos volver serenamente a nuestras ocupaciones habituales
y a alabarte y darte gracias con el corazón renovado.
Te confiamos y te dirigimos nuestra súplica
porque tú, oh Padre, eres el autor de la vida,
y con tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo,
en la unidad del Espíritu Santo,
vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
María, salud de los enfermos, ¡ruega por nosotros!
(M) La situación de sufrimiento y de aprensión que vivimos es una oportunidad para que se manifiesten las obras de Dios. También nosotros tenemos que cumplir las obras del Padre porqué el Señor Jesús, luz verdadera, habita en nosotros y sostiene nuestro compromiso. Él también impulsa nuestra humilde oración:
(T) Padre nuestro…
(M) Oh Dios, luz verdadera de nuestra conciencia,
sólo gracias a ti conocemos lo que es bueno;
tu Espíritu nos salva de la oscuridad del mal
en el que nadie puede actuar,
porque caminamos como hijos de la luz
siguiendo los pasos de Cristo.
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.
(T) Amén.
INVOCAMOS LA BENDICIÓN DEL PADRE
(M) Concede tu bendición a nuestra familia, oh Padre,
para que seamos felices en la esperanza,
fuertes en la tribulación,
constantes en la oración,
atentos a las necesidades de los hermanos
y diligentes en el camino de la conversión
que estamos recorriendo en esta Cuaresma.
Cada uno traza sobre sí el signo de la cruz, mientras el padre (o la madre) continúa.
(M) En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
(T) Amén.
Se puede concluir con la antífona mariana «Bajo tu amparo».
(T) Bajo tu amparo nos acogemos,
Santa Madre de Dios:
Nos desoigas la oración de tus hijos necesitados,
Líbranos de todo peligro.
Oh siempre Virgen, Gloriosa y Bendita.
ANEXO
Para meditar
Jesús es la verdadera luz del mundo que devuelve la vista al hombre y es el Enviado del Padre (este es el significado del nombre de la piscina de Siloé) para que cada hombre y cada mujer pueda llegar a la salvación.
El pasaje del Evangelio que tradicionalmente la liturgia propone para el cuarto Domingo de Cuaresma del año litúrgico A, a través de los diálogos concisos que lo componen, es una auténtica enseñanza para aprender a conocer a Cristo. Un hombre, ciego de nacimiento, es el modelo de la fe que gradualmente avanza y madura, una fe que necesita crecer, caminar y llegar —también a través de la duda y la de la incertidumbre— a reconocer en Jesús al Hijo del hombre: «¡Creo, Señor!».
A lo largo del pasaje, se vislumbra el prejuicio de los judíos sobre el origen de la ceguera: si el ciego lo es, es porque ha pecado. Jesús se opone drásticamente a esta concepción, como se comprende leyendo el pasaje entero (Juan 9,1-41), afirmando que la situación de penuria del ciego es «lugar sagrado» para que se manifieste la obra de misericordia del Padre. De hecho, devolviendo la vista al ciego, Jesús le devuelve su dignidad más auténtica.
No sólo le permite ver lo que antes no veía, sino que le abre un nuevo horizonte. El ciego de nacimiento es desde siempre un marginado, alguien destinado a ser perpetuamente «sacado fuera», excluido y descartado. Jesús lo transforma en un hombre verdadero dándole la belleza que todo hombre lleva en sí mismo en cuanto imagen de Dios y un discípulo llamado a seguirlo.
Todo bautizado debe hacerse la pregunta del ciego curado: «¿Quién eres, Señor, para que pueda creer en ti?» La intensa controversia de los judíos es una oportunidad para que el ciego curado vaya hasta el fondo en su camino de creyente para seguir viviendo de Cristo.
La página difícil y dolorosa que estamos viviendo a causa del virus nos hace a todos un poco ciegos y mendigos, incapaces de mirar con claridad el presente y el futuro, buscadores de esperanza y de seguridad.
Cristo, que ha seguido hasta el final el camino de la cruz, también nos pide que asumamos la amargura de la derrota para revivir con él a la luz de la Pascua. Cada oscuridad interior, hecha de preguntas, de angustia, de fe que se tambalea, es una forma de muerte. Volver a empezar desde Cristo significa, de alguna manera, volver a ver y a renacer para una vida completamente renovada y motivada de nuevo gracias al encuentro con él.
La epidemia que atenaza nuestro país y gran parte del mundo no es un castigo de Dios por nuestros pecados, sino que puede llegar a ser un momento de gracia con el que podemos experimentar una vez más el rostro luminoso de Dios, aquel que nos sana (cf. Éxodo 15,26) y que nos hace pasar del valle oscuro del dolor y de la preocupación a los pastos de la vida plena (cf. Salmo 22,4.2), y la oportunidad de avivar la unidad y la fraternidad entre nosotros.
La oscuridad de estas horas puede ser una premisa preciosa para ver la luz de Cristo que da vida y color a nuestro futuro.