Las Delegaciones diocesanas de Liturgia de las Diócesis de la Conferencia Episcopal Tarraconense han traducido un Subsidio litúrgico de la Conferencia Episcopal Italiana que puede ajuyar a orar en estos momentos de epidèmia.

Este es el Subsidio:

CELEBRAR Y ORAR EN TIEMPO DE EPIDEMIA

Esquema realizado a partir del subsidio de la Comisión Nacional de Liturgia

(de la Conferencia Episcopal Italiana)

QUINTO DOMINGO DE CUARESMA

29 de marzo de 2020

 

Celebrar el Día del Señor en familia

 

La difícil situación que estamos viviendo no nos permite participar en la celebración de la Eucaristía del quinto Domingo de Cuaresma.

Sugerimos, por lo tanto, un esquema para una experiencia de oración vivida en familia y en comunión con toda la Iglesia.

Es bueno elegir un espacio adecuado en la casa para celebrar y rezar juntos con dignidad y recogimiento. Siempre que sea posible, se debe crear un pequeño «lugar de oración» (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2691) o incluso en un rincón de la casa se colocará una Biblia abierta, la imagen del crucifijo, un icono de la Virgen María y una vela, que se encenderá en el momento adecuado.

Cada familia podrá adaptar el esquema conforme a sus posibilidades.

La oración puede ser dirigida por el padre (M) o la madre (M). Cuando todos están reunidos en un lugar adecuado de la casa, quien guía la oración dice:

(M)  En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

(T)  Amén.

 

(M)  Dios Padre, que ha sido bendecido a lo largo de los siglos,
nos conceda estar en comunión unos con otros,
con la fuerza del Espíritu, en Cristo Jesús, nuestro hermano.

(T)  Bendito seas por siempre, Señor.

 

(M)  La Pascua del Señor, nuestra Pascua, está ya cerca.

Hoy escucharemos el pasaje en el que Jesús retorna a la vida a Lázaro: es una página llena de emoción y dolor, pero también iluminada por la acción del Señor, que es vida y recomienzo para quienes confían a él. Incluso nuestra vida parece estar enterrada en estos días y parece que todo esté dominado por el miedo y la losa de la incertidumbre.

El Señor nos vuelve a llamar a la vida todos los días y nos hace salir de las tumbas donde hemos encerrado nuestra disposición a confiar en Dios, nuestra capacidad de esperar y nuestra voluntad de amar.

Que nuestra oración de hoy recoja el clamor de tantos hermanos y hermanas que sufren y que sea también una invocación sincera de perdón.

 

(M)  Oramos juntos con el Salmo 130 (129):

 

(C1)  Desde lo hondo a ti grito, Señor;

Señor, escucha mi voz,

estén tus oídos atentos

a la voz de mi súplica.

 

(C2)  Si llevas cuentas de los delitos, Señor,

¿quién podrá resistir?

Pero de ti procede el perdón,

y así infundes respeto.

 

(C1)  Mi alma espera en el Señor,

espera en su palabra;

mi alma aguarda al Señor,

más que el centinela la aurora.

 

(C2)  Aguarde Israel al Señor,

como el centinela la aurora.

Porque del Señor viene la misericordia,

la redención copiosa;

y él redimirá a Israel

de todos sus delitos.

 

(M)  Oh Dios, que en tu Hijo hecho hombre
has hecho brillar para la humanidad
la aurora de la salvación
con tu amor infinito,
no tengas en cuenta nuestras culpas
y muéstranos una vez más tu perdón.
Por Cristo nuestro Señor.

(T)  Amén.

 

TU PALABRA, LUZ PARA NUESTROS PASOS

Del Evangelio según san Juan (Jn 11,3-7.17.20-27.33b-45)

En aquel tiempo, las hermanas de Lázaro le mandaron recado a Jesús diciendo: «Señor, el que tú amas está enfermo».

Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no es para la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella».

Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo se quedó todavía dos días donde estaba. Solo entonces dijo a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea».
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa.

Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».

Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará».

Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección en el último día».

Jesús le dijo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».

Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».

Jesús se conmovió en su espíritu, se estremeció y preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?».

Le contestaron: «Señor, ven a verlo».

Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!».

Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que este muriera?».

Jesús, conmovido de nuevo en su interior, llegó a la tumba. Era una cavidad cubierta con una losa.

Dijo Jesús: «Quitad la losa».

Marta, la hermana del muerto, le dijo: «Señor, ya huele mal porque lleva cuatro días».

Jesús le replicó: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?».

Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado».

Y dicho esto, gritó con voz potente: «¡Lázaro, sal afuera!».

El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario.

Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar».

Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

Palabra del Señor.

(T)  Gloria a ti, Señor Jesús.

 

Para meditar el pasaje evangélico de este domingo, puede utilizarse el comentario del anexo.

Después de unos momentos de silencio, proclamamos juntos la fe de la Iglesia, diciendo:

Creo en Dios, Padre todopoderoso,

creador del cielo y de la tierra.

Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor,

que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,

nació de santa María Virgen,

padeció bajo el poder de Poncio Pilato,

fue crucificado, muerto y sepultado,

descendió a los infiernos,

al tercer día resucitó de entre los muertos,

subió a los cielos,

y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso.

Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.

Creo en el Espíritu Santo,

la santa Iglesia católica,

la comunión de los Santos,

el perdón de los pecados,

la resurrección de la carne

y la vida eterna. Amén.

A TI ELEVAMOS NUESTRA ORACIÓN

(M)  El Señor nos da su Espíritu y nos hace vivir. Confiemos en él con todo nuestro corazón, y dirijámosle todas nuestras súplicas y oraciones:

(L)  En nuestras familias y en toda la Iglesia:

(T)  ¡Danos la vida, Señor!

(L)  En los lugares donde se aprende y se adquieren conocimientos:

(T)  ¡Danos la vida, Señor!

(L)  En los lugares donde se trabaja con duro esfuerzo:

(T)  ¡Danos la vida, Señor!

(L)  En los lugares donde se nace, se sufre y se muere:

(T)  ¡Danos la vida, Señor!

(L)  En los momentos de miedo y de tristeza:

(T)  ¡Danos la vida, Señor!

(L)  En los momentos de enfermedad y de dolor:

(T)  ¡Danos la vida, Señor!

(L)  En la hora de nuestra muerte:

(T)  ¡Danos la vida, Señor!

(L)  Tú, que eres nuestra vida y nuestra resurrección:

(T)  ¡Danos la vida, Señor!

(L)  Tú, que haces pasar de la muerte a la vida a los que escuchan tu palabra:

(T)  ¡Danos la vida, Señor!

(L)  Tú, que al tercer día resucitaste de entre los muertos:

(T)  ¡Danos la vida, Señor!

 

(M)  Conscientes del sufrimiento de muchas personas en estos momentos, pedimos aún:

(T)  Dios todopoderoso y eterno,
que eres ayuda en nuestra fatiga, apoyo en nuestra debilidad:
de ti todas las criaturas reciben fuerza, existencia y vida.
Venimos para invocar tu misericordia
porque hoy todavía conocemos la fragilidad de la condición humana
viviendo la experiencia de una nueva epidemia viral.
Te confiamos a los enfermos y a sus familias:
da la curación a sus cuerpos, sus mentes y sus espíritus.
Ayuda a todos los miembros de la sociedad a llevar a cabo su tarea
y a fortalecer el espíritu de solidaridad entre ellos.
Sostén y conforta al personal médico y sanitario en primera línea,
y a todos los cuidadores, en el cumplimiento de su servicio.
Tú que eres la fuente de todo bien,
bendice abundantemente a la familia humana,
aparta de nosotros todo mal y da una fe firme a todos los cristianos.
Líbranos de la epidemia que nos está golpeando
para que podamos volver serenamente a nuestras ocupaciones habituales
y a alabarte y darte gracias con el corazón renovado.
Te confiamos y te dirigimos nuestra súplica
porque tú, oh Padre, eres el autor de la vida,
y con tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo,
en la unidad del Espíritu Santo,
vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
María, salud de los enfermos, ¡ruega por nosotros!

(M)  «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado».

Son las palabras de la oración de Jesús al Padre antes de retornar a la vida a su amigo Lázaro.

Son palabras llenas de confianza que surgen de la profunda comunión entre el Padre y el Hijo.

También nosotros, unidos a Jesús, queremos suplicar al Padre por el mundo entero:

(T)  Padre nuestro…

(M)  Padre Eterno, tu gloria es que el ser humano viva;
tú, que has mostrado tu compasión
con las lágrimas de Jesús por su amigo Lázaro,
mira hoy la aflicción de la Iglesia que llora
y reza por sus hijos muertos a causa del pecado,
y con el poder de tu Espíritu, llámalos a una nueva vida.

Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.

(T)  Amén.

INVOCAMOS LA BENDICIÓN DEL PADRE

(M)  Concede tu bendición a nuestra familia, oh Padre,

para que seamos felices en la esperanza,

fuertes en la tribulación,

constantes en la oración,

atentos a las necesidades de los hermanos

y diligentes en el camino de la conversión

que estamos recorriendo en esta Cuaresma.

Cada uno traza sobre sí el signo de la cruz, mientras el padre (o la madre) continúa.

(M)  En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

(T)  Amén.

Se puede concluir con la antífona mariana «Bajo tu amparo».

(T)  Bajo tu amparo nos acogemos,

Santa Madre de Dios:

Nos desoigas la oración de tus hijos necesitados,

Líbranos de todo peligro.

Oh siempre Virgen, Gloriosa y Bendita.

 

ANEXO

Para meditar

Jesús llora. Como todo hombre frente a la muerte, se conmueve, sobre todo porque se trata de la muerte de un amigo. Él conoce la dura realidad de la muerte, y sabe que la muerte corta, separa y aleja. Pero también conoce los corazones de los hombres que se esfuerzan por creer en el poder de Dios, que no quiere la muerte del hombre sino su vida (cf. Ezequiel 33,11). Y entonces el primer gesto solo puede ser un acto transgresor. Él hace sacar la piedra que obstruye la entrada del sepulcro porque esta piedra habla: es el signo de la separación entre el mundo de los vivos y el reino de los muertos. Al eliminar este límite, Jesús revela el poder de Dios, que resucita a los muertos, comunica la vida y revive la esperanza.

Solo la oración sincera, filial y confiada puede lograr lo imposible. Y así, alzando los ojos al cielo y situándose Hijo ante Dios, reza. Es una oración de acción de gracias, una oración que reconoce lo que Dios ha hecho ya, pero también es una oración totalmente extendida a la fe de los discípulos: el hecho de que el Padre haya escuchado al Hijo es el máximo signo de comunión entre ellos. Siendo así, ahora Jesús puede llamar, con autoridad, a Lázaro para introducirlo en un proyecto de vida infinita y suscitar la fe de muchos judíos.

Lázaro ya no pertenece a la muerte, las vendas que atan sus manos y pies ya no le son necesarias, pero él también tendrá que esperar otra resurrección, la de Cristo, cuando el Hijo de Dios derribe la piedra de su sepulcro para que todo ser humano pueda gozar de la vida plena. Por siempre. Su resurrección será el fundamento de la esperanza segura de la resurrección de cada hombre y de cada mujer.

La escena de dolor que Jesús tiene ante sus ojos en Betania es trágicamente actual. La fotografía de los ataúdes con los cuerpos de centenares de difuntos que en estos momentos llenan nuestro país es la imagen de la fuerza destructiva de la epidemia. Nos hablan de nuestra fragilidad y casi despiertan una sensación de derrota. La fe, sin embargo, nos invita a ver más allá y a deslizarnos en esta interminable procesión de cuerpos sin vida al pueblo de los vivos, de aquellos que han sido vivificados por el Espíritu, y han derrotado al mal y a la muerte y ahora ya viven realmente en Cristo. No han celebrado la Pascua en este mundo para celebrarla eternamente con el Resucitado.

La invitación de Jesús para quitar la piedra ahora se dirige a nosotros para que quitemos las piedras de la muerte que a menudo sofocan nuestra fe y los bloques de piedra del miedo que en estas horas nos hacen olvidar que finalmente los lienzos fúnebres quedarán en el suelo, doblados, porque serán inútiles (Jn 20,4.6-7).

«Si hubieras estado aquí…». Si el Señor estuviera presente, si el Señor viera lo que está sucediendo en estos momentos… El pensamiento de Marta podría ser el de muchos hermanos y hermanas que ven cómo empeora el estado de salud de sus seres queridos y luego mueren. Su nítida profesión de fe podría ser la de todo creyente: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».

Él pasa por nuestras calles desiertas, por nuestras plazas abandonadas, por las salas de los hospitales y por las casas para hacer que la vida florezca. Él solo espera nuestra sincera adhesión a su proyecto de vida.