Las Delegaciones diocesanas de Liturgia de las Diócesis de la Conferencia Episcopal Tarraconense han traducido un Subsidio litúrgico de la Conferencia Episcopal Italiana que puede ajuyar a orar en estos momentos de epidèmia.

Este es el Subsidio:

CELEBRAR Y REZAR EN TIEMPO DE EPIDEMIA

Esquema elaborado a partir del subsidio de la Comisión Nacional de Liturgia

(de la Conferencia Episcopal Italiana)

 PASCUA

TERCER DOMINGO

26 de abril de 2020

 Quédate con nosotros

La difícil situación que estamos viviendo no nos permite participar en la celebración de la Eucaristía del tercer Domingo de Pascua.

Sugerimos, por lo tanto, un esquema para una experiencia de oración vivida en familia y en comunión con toda la Iglesia.

Es bueno elegir un espacio adecuado en la casa para celebrar y rezar juntos con dignidad y recogimiento. Siempre que sea posible, se debe crear un pequeño «lugar de oración» (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2691) o incluso en un rincón de la casa se colocará una Biblia abierta, la imagen del crucifijo, un icono de la Virgen María y una vela o una lámpara encendida.

Cada familia podrá adaptar el esquema conforme a sus posibilidades.

La oración puede ser dirigida por el padre (M) o la madre (M). Cuando todos están reunidos en un lugar adecuado de la casa, quien guía la oración dice:

(M)  En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

(T)  Amén.

(M)  Bendito sea Dios Padre nuestro y Jesús el Señor, Crucificado Resucitado,

que nos dan el Espíritu de gracia y de paz.

(T)  Bendito sea el Señor por los siglos de los siglos.

(M)  Como los discípulos de Emaús, también nosotros,

caminantes a menudo cansados y decepcionados,

invocamos la fuerza del Espíritu Santo

para que abra nuestros ojos y haga arder nuestros corazones.

(M)  Danos tu Espíritu, Señor:

Que tu luz abra nuestros ojos,

para reconocerte presente en medio de nuestras dificultades.

Señor, ten piedad.

(T)  Señor, ten piedad.

(M)  Danos tu Espíritu, Señor:

Que su fuerza cambie nuestro corazón

y lo conduzca desde el camino de la tristeza al camino de la alegría.

Cristo, ten piedad.

(T)  Cristo, ten piedad.

(M)  Danos tu Espíritu, Señor:

Que su gracia nos sane

y nos infunda tu paz.

Señor, ten piedad.

(T)  Señor, ten piedad.

(M)  O Dios, que, en este día,

Memorial de la Pascua,

reúnes a tus hijos en oración,

danos tu Espíritu,

para que en los caminos de nuestras vidas

reconozcamos que el Señor Jesús no nos abandona,

sino que nos ilumina con su Palabra,

y se nos da para siempre en la fracción del pan.

Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.

(T)  Amén.

TU PALABRA, LUZ PARA NUESTROS PASOS

Se puede aclamar a la Palabra con el canto del Aleluya, a través de una melodía conocida.

Del evangelio según san Lucas                                                                                                        24,13-35

Aquel mismo día (el primero de la semana), dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido.

Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.

Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?».

Ellos se detuvieron con aire entristecido, Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió: «Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?».

Él les dijo: «¿Qué?». Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».

Entonces él les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?». Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras. Llegaron cerca de la aldea a donde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída». Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».

Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón». Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Palabra del Señor.

(T)  Gloria a ti, Señor Jesús.

Para meditar el pasaje evangélico de este domingo, puede utilizarse el comentario del anexo.

Después de unos momentos de silencio, proclamamos juntos la fe de la Iglesia, diciendo:

Creo en Dios, Padre todopoderoso,

creador del cielo y de la tierra.

Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor,

que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,

nació de santa María Virgen,

padeció bajo el poder de Poncio Pilato,

fue crucificado, muerto y sepultado,

descendió a los infiernos,

al tercer día resucitó de entre los muertos,

subió a los cielos,

y está sentado a la derecha de Dios,

Padre todopoderoso.

Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.

Creo en el Espíritu Santo,

la santa Iglesia católica,

la comunión de los Santos,

el perdón de los pecados,

la resurrección de la carne

y la vida eterna. Amén.

A TI ELEVAMOS NUESTRA ORACIÓN

(M)  Pidamos al Señor Jesús que se quede con nosotros en este tiempo suspendido, que haga arder nuestros corazones, lentos para creer, que nos haga poder volver a gustar su Palabra, que oriente nuestros pasos y que nos alimente en el camino con su pan de vida.

(L)  Señor, todavía hoy continúas haciéndote nuestro compañero de camino:

(T)  Caminar contigo hace que el paso sea seguro, que tu palabra ilumine la mente,

y que tu presencia consuele el corazón perdido.

(L)  Señor, tú eres el «profeta poderoso en obras y palabras»:

(T)  Tú todavía hablas a tu Iglesia, peregrina en el mundo.

(L)  Señor, abre nuestros corazones de nuevo,

lentos para creer, para comprender las Escrituras:

(T)  Nos aseguras que, solo abrazando la cruz,

podemos llegar a la aurora gozosa de la mañana de Pascua.

(L)  Señor, el camino hacia ti es largo y cansado:

(T)  Pero tu vienes a encontrarnos y te conviertes en nuestro camino,
en nuestra fuerza y en la meta de nuestra esperanza.

 (L)  Señor, quédate con nosotros,

cuando las tinieblas del mal y de la muerte oprimen a nuestro mundo:

(T)  Ayúdanos a reconocerte en el rostro de los pobres

y de los enfermos, nuestros hermanos.

(L)  Señor, quédate con nosotros,

cuando llega la oscuridad de la noche y se imponen la discordia y la división:

(T)  Derriba las barreras
partiendo de nuevo el pan de tu amor y de tu perdón.

(L)  Señor, quédate con nosotros,

cuando llega la oscuridad de la noche y se acerca la muerte:

(T)  Haz que, en nuestras lámparas, el aceite no falte,

para que nuestra espera vigilante

acabe en el encuentro contigo, Tú que eres Luz eterna.

(L)  Señor, quédate con nosotros,

en la voz de tu Hijo, que nos enseña a llamarte Padre,

i en el Espíritu mediante el cual se eleva, hoy y siempre, nuestra oración:

(T)  Padre nuestro…

(T)  ¡Señor, quédate con nosotros!
Como los dos discípulos del Evangelio,
te pedimos:
Señor Jesús,
¡quédate con nosotros!
Vos, divino Caminante,
experto en nuestros caminos
y conocedor de nuestros corazones,
no nos dejes prisioneros de las sombras de la noche.
Danos fuerza en el cansancio,
perdona nuestros pecados,
dirige nuestros pasos en el camino del bien.
Bendice a los niños, a los jóvenes,
a las familias, especialmente a las personas mayores.
Bendice a los que están al servicio de los enfermos.
Bendice los sacerdotes y a las personas consagradas.
Bendice a toda la humanidad.
Haznos gozar una vida plena,
que nos haga caminar por este mundo
como peregrinos confiados y alegres,
mirando siempre la meta de la vida que no se acaba.
Señor, ¡quédate con nosotros!
¡Amén! ¡Aleluya!

 Se intercambia ahora un abrazo u otro signo de fraternidad y de paz.

COMUNIÓN ESPIRITUAL EN ESPERA DE RECIBIR LA EUCARISTIA

Creo, Jesús mío, que estás realmente presente

en el Santísimo Sacramento del Altar.

Te amo sobre todas las cosas

y deseo recibirte en mi alma.

Pero como ahora no puedo recibirte sacramentado,

ven al menos espiritualmente a mi corazón.

Como ya venido, te abrazo y me uno del todo a ti.

No permitas, Señor, que jamás me separe de ti. Amén.

INVOCAMOS LA BENDICIÓN DE DIOS PADRE

Si la oración se acaba con la comida se llevan los alimentos y se bendice la mesa:

(M)  Dios, amigo de la humanidad,

tu Hijo Jesús partió el pan

en la mesa de Emaús,

haciéndose reconocer como resucitado y viviente:

haz que descubramos tu presencia

mientras compartimos juntos esta comida.

(T)  Bendícenos a cada uno de nosotros,

renueva la alegría de estar juntos

y la capacidad de dar testimonio de tu resurrección.

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Amén.

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Si la comida no viene a continuación, la bendición se hace de la siguiente manera:

(T)  Señor, bendice a nuestra familia: (nombres de la madre, del padre, de los hijos y de los presentes)

y bendice a todas las familias,

especialmente a aquellas que necesitan serenidad y consuelo.

Acuérdate de (nombres de algunos familiares o amigos que se quiere recordar particularmente)

y guarda a toda la humanidad en tu amor.

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Cada uno traza sobre sí el signo de la cruz, mientras el padre (o la madre) continúa.

(M)  En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

(T)  Amén.

Se puede acabar con la antífona mariana del Tiempo de Pascua, Regina Coeli.

(M)  Reina del cielo, alégrate, aleluya;

(T)  Porque el Señor a quien has merecido llevar, aleluya,

(M)  Ha resucitado según su palabra, aleluya.

(T)  Ruega al Señor por nosotros, aleluya.

(M)  Gózate y alégrate, Virgen María, aleluya.

(T)  Porque realmente ha resucitado el Señor, aleluya.

ANEXO

Para meditar

El Evangelio del tercer domingo de Pascua narra la experiencia de los dos discípulos de Emaús, un relato que no deja de sorprendernos. Para ellos, el camino de alejamiento se transforma en el del encuentro. Se alejan de Jerusalén, abandonan al grupo de los discípulos, se distancian de la historia que han vivido con Jesús: esperaban que sería un liberador poderoso, pero no los ha liberado. Por eso sus rostros están tristes, sus corazones lentos y sus mentes ofuscadas.

Ahora, la experiencia del mal y el encuentro con el dolor y el sufrimiento nos puede llevar a decir con tristeza: nosotros esperábamos que el Señor nos liberaría del mal, del sufrimiento, del miedo, pero aún no hemos visto nada. La esperanza se mezcla con el pasado.

Jesús, sin embargo, se acerca, no impone su presencia, escucha su versión de los acontecimientos, relato meticuloso de expectativas y proyectos frustrados, una especie de necrológica de Jesús mismo, que camina a su lado, pero que para sus ojos continúa siendo un extraño.

Entonces, toma la palabra y les ayuda a releer sus experiencias, ya no confundidas y bloqueadas debido a la Cruz; él les ayuda a entrar en su lado oculto, diciendo que el camino de la Pasión era necesario, como el único camino recorrido por Dios para no abandonar al ser humano en el sufrimiento y en la ausencia de sentido del mal y la muerte. «No era necesario que el Mesías padeciera esto?» para tocar así todas las formas de mal, cargarlas sobre sus hombros y hacerlas morir con su muerte. Sólo así se podía abrir un camino donde parecía que ya no había camino. Entonces, al escuchar estas palabras, los corazones de los dos discípulos comienzan a enternecerse e insisten con fuerza para que, aquella noche, aquel caminante forastero se quede «con ellos».

Jesús, por tanto, se sienta en la mesa «con ellos» y en este contexto familiar es capaz de superar todas las distancias y las resistencias, parte el pan y «se lo da»: es decir, realiza el gesto capaz de mantener juntos «pasión y dedicación», el de ser reconocido como Aquel que está y siempre estará presente cuando «se da». Este es el poder de su Resurrección. En este punto surge una certeza: incluso si «desaparece a su vista», incluso si ya no es visible, a Jesús siempre se le reconocerá en el hermano, aunque sea un forastero; en la Palabra; en el pan partido en las casas y en la Iglesia. Este es el camino que hay que recorrer para que este encuentro sorprendente se convierta en experiencia permanente y así poder vivir con el corazón y los ojos abiertos para reconocer que, bajo una historia cargada de sufrimiento, fluye un río de vida.

 

VIROLAI A LA VIRGEN DE MONTSERRAT (27 de abril)

 Rosa d’abril, Morena de la serra, de Montserrat estel:

il·lumineu la catalana terra, guieu-nos cap al Cel.

 Amb serra d’or els angelets serraren

eixos turons per fer-vos un palau.

Reina del Cel que els Serafins baixaren,

deu-nos abric dins vostre mantell blau.