Fecha: 29 de noviembre de 2020

Al comenzar el tiempo de Adviento, la liturgia de la Iglesia nos invita a recorrer el camino espiritual que nos conducirá a la celebración de la Navidad y nos prepara para que la vivamos con autenticidad cristiana. Seguramente este año no podremos vivir estas fiestas del mismo modo que en años anteriores. Muchas de las tradiciones que forman parte de nuestro patrimonio religioso y cultural propio de estas fechas, como los pesebres vivientes, las cabalgatas de Reyes, e incluso los encuentros con la familia y los amigos, será difícil que puedan realizarse. El ambiente externo que alegra las calles de nuestros pueblos y ciudades e ilusiona a niños y mayores será distinto. Quizá tendremos la misma sensación que en otras fiestas de este año.

Esto no significa que no celebraremos la Navidad. Seguramente no tendremos el mismo ambiente festivo caracterizado por tantos elementos externos que frecuentemente nos pueden distraer de lo que es esencial para los cristianos, pero esto nos puede llevar a una mayor sencillez y a centrarnos en lo que celebramos: la buena noticia de que el Hijo de Dios ha venido a nuestro mundo.

Desde hace unos meses estamos viviendo una situación que nunca hubiéramos imaginado. La globalización que caracteriza el hoy de nuestro mundo se manifiesta en la extensión, por ahora incontrolada, de una pandemia que afecta tanto a los países pobres como a los ricos, que ven que sus fortalezas no eran tan sólidas como imaginaban. Es una experiencia de fragilidad global que nos ha desconcertado y que cada día sentimos más cercana. Aunque las noticias de los medios de comunicación tienen la frialdad propia de los números y las estadísticas, cada día que pasa caemos más en la cuenta de que no estamos únicamente ante una cuestión de cifras: hoy todos conocemos a personas concretas que han padecido esta enfermedad e incluso que han fallecido. Cada día que pasa el sufrimiento que está causando nos es más cercano.

El Hijo de Dios viene a nuestro mundo a hacer suyos nuestros sufrimientos y fragilidades, a anunciarnos una palabra de consuelo y de esperanza. Su nacimiento en soledad y pobreza nos indica quienes son los primeros llamados a su Reino; nos invita a reconocer con humildad nuestras pobrezas y fragilidades; a no creer que somos más de lo que realmente somos; y nos anuncia que en las oscuridades que aparecen en la historia humana ha brillado una luz que nos alienta a seguir luchando por un mundo más digno del ser humano. Este año podemos vivir la Navidad sin trasladarnos a un mundo irreal de sueños que se desvanecen pronto, pero estando más cerca de Cristo.

El comienzo del Adviento nos indica en qué dirección hemos de caminar hacia la Navidad: no orientándonos a las cosas que nos distraen de lo esencial, sino volviéndonos hacia Dios, hacia ese Dios que no se queda en su gloria indiferente al sufrimiento humano, sino que ha querido hacerlo suyo en su Hijo y mostrarnos de este modo la grandeza de su amor. Que este tiempo de gracia nos lleve a abrir nuestro corazón a Cristo.