Fecha: 13 de septiembre de 2020

A lo largo del mes de septiembre van comenzando las actividades del nuevo curso en las parroquias, en las escuelas, y en los diferentes ámbitos de la sociedad. El inicio del curso 2020-2021está condicionado por una serie de adversidades y de retos, que pueden lastrar gravemente el ritmo y el funcionamiento de los distintos ámbitos de la sociedad. Es algo que se repite desde hace meses hasta la saciedad. Por otra parte, si somos capaces de afrontar los desafíos con lucidez y coraje, serán  ocasión para crecer en la confianza en Dios, en la comunión eclesial, en el ardor evangelizador y en el servicio a los más necesitados.

No es de extrañar que de tanto en tanto nos asalten el cansancio, la incertidumbre y el miedo. En la carta de hoy os propongo que viajemos con la imaginación al lago de Genesaret, entre la muchedumbre que se agolpa en la orilla para escuchar a Jesús. Simón y sus compañeros también están allí, cansados y desanimados porque no han pescado nada después de toda una noche de intensa brega. Terminada la predicación, Jesús le indica que vaya mar adentro y echen las redes. Así lo hace Simón, confiando en la palabra de Jesús, y se produce entonces la pesca milagrosa (Lc 5,1-11).

Confianza es la actitud que debemos adoptar al iniciar este nuevo curso. La imagen de la pesca nos recuerda la misión de la Iglesia; la experiencia de Pedro también representa la de todo apóstol, que es llamado y enviado por Cristo a anunciar el Evangelio, por más adversas que sean las circunstancias, a pesar del cansancio y la incertidumbre de la situación. Si es el Señor quien envía,  ni las limitaciones personales ni las dificultades ambientales han de producir miedo. Por otra parte, esta situación nos ayuda a ser humildes, a vivir en la certeza de que cuanto más débiles seamos, más se manifestará en nosotros la fuerza de Cristo (cf. 2 Cor 12, 10).

Ponemos, pues, el nuevo curso en manos de Dios, conscientes de que el auxilio nos viene del Señor, por eso levantamos los ojos a lo alto y pedimos humildemente su ayuda (cf. salmo 121,2). Somos conscientes de la importancia de la oración, y hemos constatado muchas veces la desproporción entre los esfuerzos realizados y el resultado que se alcanza. Las dificultades nos ayudan a tener muy presente la primacía de la gracia de Dios, y que los frutos no dependen solode nuestras capacidades y esfuerzos. La experiencia de los apóstoles en el episodio de la pesca milagrosa lo confirma. A la vez, nos dejaremos la vida en el empeño, con una entrega generosa. Como nos enseña san Ignacio de Loyola: «Actúa como si todo dependiera de ti, sabiendo que en realidad todo depende de Dios».

Es la hora de la fe, de la confianza en el Señor, de abrir el corazón a su gracia y, como Pedro, echar las redes fiados en su palabra. Es la hora de la confianza en las personas con las cuales compartimos el camino, porque no caminamos solos, sino que lo hacemos en familia, en comunidad, en Iglesia. El Señor nos sostiene y siempre está a nuestro lado, siempre nos acompaña. También nos acompaña  María. Su vida es un ejemplo incomparable en el camino de la fe, en el que nos guía como estrella luminosa, y su amor de madre nos congrega como una familia. Queridos hermanos y hermanas, comienza un nuevo curso. Es el momento de echar las redes de nuevo en el nombre del Señor, con toda confianza, y él hará el resto.