Fecha: 24 de enero de 2021

Mañana celebraremos la fiesta de la Conversión del Apóstol san Pablo, y concluirá la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. La reflexión de este añoha sido en torno a la necesidad de permanecer en Cristo para llegar a la unidad. En esta carta dominical quiero comentar la relación que Pablo mantiene con los demás apóstoles, su forma de vivir la comunión y la misión. Me parece que podremos aprender alguna lección en un tema que nos cuesta tanto a la hora de trabajar en la misión de la Iglesia.

Todos ellos tenían un gran celo evangelizadora la vez que una fuerte personalidad,y la relación entre ellos siempre se caracterizó por el aprecio y, al mismo tiempo, la libertad; por un profundo respeto y a la vez por la sinceridad que derivaba de la verdad del evangelio. Lo constatamos especialmente en el llamado «Concilio» de Jerusalén” y en la controversia posterior en Antioquía de Siria, relatados en la carta a los Gálatas (cf. Ga 2,1-10.11-14).

El evangelio se iba abriendo paso por las diversas zonas y regiones. En Antioquía de Siria se generó una realidad nueva, que se multiplica cada vez más: los gentiles se sentían atraídos por la fe en Jesucristo. Durante una estancia de Pablo y Bernabé, se suscitó un fuerte debate y se planteó el dilema sobre si obligar o no a cumplir la ley de Moisés a los gentiles. Era muy difícil armonizar las dos realidades, y lo que estaba en juego era la misma identidad de la Iglesia, su universalidad, su misión y presencia en el mundo.

Para resolver estaa disputa se decidió acudir a Jerusalén. Había dos posiciones contrapuestas: obligar a circuncidar a quienes se convertían a la fe cristiana o admitirlos libremente sin ninguna condición de ese tipo. Ello generó un conflicto sobre todo en los judeocristianos de Jerusalén, que tenían dificultades y reservas también para  compartir la mesa común con los demás creyentes de origen no judío. Finalmente se decidió no obligar a cumplir el rito mosaico, si bien se indicaron una serie de normativas mínimas, para asegurar dicha convivencia eucarística.

A lo largo de la historia de la Iglesia,los debates internos para clarificar la verdad del Evangelio y conservar el depósito de la fe han sido una constante. Después del concilio de Jerusalén tuvo lugar la llamada «controversia de Antioquía». Pedro compartíaallí la mesa con los cristianos de procedencia pagana sin que hubiera problema alguno. Posteriormente llegaron a Antioquía algunos judeocristianos de Jerusalén, de procedencia judía, y entonces empezó a evitar el compartir la mesa con los cristianos procedentes del paganismo para no escandalizar a los recién llegados. La situación se agravó porque el mal ejemplo de Pedro arrastró a otros a hacer lo mismo. Este comportamiento amenazaba la unidad y la libertad de la Iglesia, y suscitó la reprensión fraterna de Pablo (cf. Gál 2,11-14).

Según consideraba Pablo, esa separación constituía un peligro, porque podía llevar a entender erróneamente la salvación universal en Cristo, que es ofrecida igualmente a los paganos y a los judíos. Cristo es la respuesta de Dios a las promesas del Antiguo Testamento y las obras de la ley han dejado paso a la vida según el Espíritu Santo. Es la gracia recibida por medio de Jesucristo la que justifica, y no la ley. A la luz de esta experiencia, el Apóstol aplicó una gran libertad de espíritu que se percibe en el tratamiento de otras dificultades análogas que se produjeron en Corinto e incluso en Roma. Ahora bien, dicha libertad fue armonizada siempre a través del diálogo con los demás miembros del Colegio Apostólico. Es esta misma actitud la que nosotros tenemos que vivir.