Fecha: 17 de mayo de 2020

Estimados y estimadas:

La crisis económica y financiera de los últimos años ha desembocado, por falta de respuestas adecuadas, en una crisis social y política. Previamente, se habían dado cambios en el ámbito productivo o laboral, determinados por el impacto de una globalización cada vez mayor, con cambios tecnológicos y con un movimiento de población significativo hacia las zonas urbanas. Basta mirar el mapa de nuestra archidiócesis para darnos cuenta de tales cambios. Paralelamente, se daba un intenso proceso de individualización. Además, a partir de un bienestar y de un consumo cada vez mayores, nuestra generación ha sido marcada por fuertes impactos ambientales, de notable repercusión en los espacios naturales, con la correspondiente contaminación y el consiguiente cambio climático. Impresiona constatar cómo, en estos días de pandemia, la economía se hunde porque gran parte de la población consume solo lo necesario. La grave crisis sanitaria del Covid-19 genera en muchas personas una reflexión sobre el momento actual, siendo cada vez más conscientes de lo que ya decía el papa Francisco al inicio de su pontificado cuando, en su Exhortación sobre La alegría del Evangelio, decía que vivíamos un «cambio de época» (EG 52). Más explícitamente, en la Constitución apostólica dirigida a las Universidades de la Iglesia (2017), afirmaba: «Hoy no vivimos sólo una época de cambios, sino un cambio de época, marcado por una “crisis antropológica” y “socioambiental” de ámbito global, debidas a la velocidad de los cambios y a la degradación, que se manifiestan tanto en catástrofes naturales regionales como en crisis sociales o incluso financieras» (Veritatis Gaudium, Introducción, 3). Pero el papa va más allá de esta visión negativa: «Hay que construir liderazgos que marquen caminos, atendiendo las necesidades de las generaciones actuales, sin perjudicar a las generaciones futuras» (encíclica Laudato si’, 53).

Lo que el Papa afirmaba para la sociedad en general, pero poniendo su mirada a la aportación eclesial y centrándose en las Universidades de la Iglesia, debemos aplicarlo a la Iglesia diocesana. La Iglesia que peregrina en Tarragona debe prepararse para emprender, con espíritu renovado, una nueva etapa de evangelización, teniendo presente que estamos en un «cambio de época». Esto exige «un proceso decidido de discernimiento, purificación y reforma» (EG 30). Hacen falta «liderazgos que marquen caminos».

Queremos afrontar esta nueva etapa con ilusión renovada, conscientes de los retos que se nos echan encima. Podrán servirnos de pauta las actitudes que indicamos en la Carta Pastoral de la pasada Cuaresma, y los cambios que vamos realizando en el organigrama diocesano. Gracias a Dios, hemos empezado un progresivo desconfinamiento antela pandemia del Covid-19.

¡Que celebrar de nuevo presencialmente la liturgia y la eucaristía, siempre con las debidas precauciones, nos infunda una esperanza renovada! ¡Que con ayuda de los Consejos y con una implicación de todo el Pueblo Santo de Dios —sacerdotes, diáconos, consagrados y consagradas, laicos y laicas—construyamos en nuestra Iglesia diocesana «liderazgos que marquen caminos»! ¡Que lleguemos todos a ser discípulos misioneros entregados, con atención preferente a los que más sufren y sufrirán las consecuencias de lo que nos está pasando!

Vuestro.