Fecha: 18 de febrero de 2024

Comenzamos la Cuaresma camino de la Pascua. El Papa Francisco nos exhorta: “La Cuaresma es un viaje que implica toda nuestra vida, todo lo que somos. Es tiempo para verificar los caminos que estamos recorriendo, para volver a encontrar el camino de regreso a casa, para redescubrir el vínculo fundamental con Dios, del que depende todo.” Pero nadie parece muy dispuesto a aceptar que realiza acciones mal hechas, ni tampoco a intentar cambiarlas, y menos aún –¡parece como una locura!- creer que con nuestras acciones mal hechas hemos ofendido a Dios, o hemos sido desagradecidos con su Amor. Aceptar que hemos pecado, no se lleva mucho en los ambientes de jóvenes ni de mayores… Y en cambio, cuando reconocemos que somos pecadores, nos hacemos más libres y crecemos como personas y como hijos de Dios. La luz entra en nuestras vidas.

Y es que realmente hacemos cosas mal hechas y ofendemos a los demás; cooperamos al mal del mundo y, por encima de todo, ofendemos a Dios y somos unos grandes desagradecidos con el inmenso Amor que Él nos tiene. Necesitamos cambiar, convertirnos, abrirnos a la nueva forma de ver las cosas, desde Cristo, bajo la guía de su Espíritu Santo.

Los días de la Cuaresma son también días de cambio y de penitencia, para tomar conciencia del propio pecado y poder pedir perdón. Dejémonos interpelar por la Palabra de Dios que nos acusa como si fuéramos todos hermanos y colaboradores del asesino Caín (¡y lo somos!), y que nos lanza la pregunta desgarradora: “¿Qué has hecho de tu hermano?” (Gn 4,9-10). Dios nos quiere más responsables de nuestros actos y nuestras omisiones culpables. Por eso nos propone que hagamos penitencia. El miércoles pasado hemos empezado la Cuaresma, dejando que la Iglesia misericordiosa y dispuesta nos impusiera la ceniza sobre la cabeza, recordándonos: “¡Convertíos y creed en el Evangelio!” (Mc 1,15). ¿Cómo estamos manteniendo esa tensión que nos libera? ¿Te atreves a intentar cambiar y hacer penitencia?

Un gran Padre de la Iglesia de Oriente, San Juan Crisóstomo, Patriarca de Constantinopla, cuando es reclamado sobre los caminos de la penitencia propone cinco muy eficaces:

  • Primero es necesario confesar los propios pecados. Si uno no es suficientemente sincero con Dios y consigo mismo, y se disimula el alcance del mal que hay en él, éste no cambiará nunca, porque no deja que la luz entre en su interior.
  • Hay otro nada inferior al primero, que consiste en perdonar las ofensas que hemos recibido de nuestros enemigos. Si dominamos la ira, si olvidamos las faltas de quienes nos rodean, atraeremos el perdón del Padre sobre nuestra vida mal hecha.
  • Un tercer camino de cambio y de mejora es la oración ferviente y confiada, que brota de un corazón que ama a Dios y lo busca con perseverancia.
  • También tiene un poder muy grande, la limosna, con su nombre más actual, que es la solidaridad comprometida. Si compartes lo que tienes, si eres solidario con quienes sufren, encontrarás perdón y cambiará tu tiniebla en luz.
  • Y finalmente el gran predicador propone un quinto camino, que es la humildad. Si somos humildes y nos hacemos pequeños y confiados, atraemos la misericordia del Padre del cielo, que nos puede llenar con su gracia y quiere hacernos llegar allí donde nosotros solos, con nuestras propias fuerzas, nunca habríamos podido llegar.