Fecha: 26 de noviembre de 2023

Celebramos el día 9 las fiestas del Sant Cristo de Balaguer, que tanto protege nuestra Diócesis. Junto a Núria y Meritxell, son los tres grandes Santuarios de nuestra Iglesia diocesana. Su imagen dolorosa y agonizante, extenuada, abraza y estremece con su majestad. Su humilde grandeza, hecha de dolores cargados y de esperanza entregada por Jesús, Rey del universo, que da su vida en rescate por todos, nos atrae. ¡Y es que nuestra libertad ha tenido un gran precio!

La Encarnación del Hijo de Dios hasta asumir la Cruz fue un acto de humildad que demuestra que Dios es sobre todo humildad, Amor humilde. ¡En Cristo podemos contemplar la impotencia absoluta del crucificado que nos ayuda a preguntarnos sobre la omnipotencia de Dios! Aún no hemos terminado de volvernos verdaderamente hacia el Dios humilde de Jesús. Nuestra visión de Dios todavía oscila entre el poder y la impotencia. Ciertamente, Dios es Todopoderoso. Pero ¿poderoso de qué poder? La impotencia del Calvario revela la omnipotencia de Dios. La humildad del amor nos da la clave para entenderlo: hace falta poco poder para exhibirse y mucho poder para olvidarse, para vaciarse. Dios es amor, pero en el amor hay algo de lo que no nos damos cuenta de forma inmediata: la humildad. La humildad hecha confianza es el aspecto más radical del amor. «Es la confianza y sólo la confianza, lo que nos puede conducir al Amor», dice el Papa Francisco, citando a Sta. Teresa del Niño Jesús, en su reciente Exhortación apostólica sobre la confianza en el Amor misericordioso de Dios.

Se trata de ser humildes como Dios es humilde. La humildad no puede ser un deber, es más bien un don. Dios mismo, haciéndonos ver nuestra incapacidad para ser humildes, nos hace humildes. La victoria de la humildad no puede ser más que el reconocimiento de su fracaso. Él es capaz de hacer lo que nosotros no podemos: despojarnos de la autocomplacencia. No es una cuestión de esfuerzo personal, sino de abandono en sus manos. ¿Quién tiene el corazón puro? El que no ensucia su corazón ni con el mal que comete ni tampoco con el bien que hace, y que podría encerrarlo en el orgullo.

Dios es humilde. Cuando rezo, me dirijo a Alguien más humilde que yo. Cuando confieso mi pecado, es a Alguien más humilde que yo a quien pido perdón. Si Dios no fuera humilde, sería dudoso que realmente pudiera amar sin límites. Es ese aspecto del misterio de Dios que nos hace creer en la verdad de la revelación. “En una Iglesia misionera, dice el Papa Francisco, el anuncio se concentra en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y a la vez lo más necesario. La propuesta se simplifica, sin perder por ello profundidad y verdad, y así se vuelve más contundente y radiante. El núcleo luminoso es «la belleza del amor salvador de Dios, manifestado en Jesucristo muerto y resucitado», Rey del universo. El centro de la moral cristiana es la caridad, -como nos ilumina el Evangelio de este último domingo del Año litúrgico (Mt 25)- que es la respuesta al amor incondicional de la Trinidad, y por eso las obras de amor al prójimo son la manifestación externa más perfecta de la gracia interior del Espíritu. Al final, solo cuenta el amor.