Fecha: 7 de febrero de 2021

El próximo 11 de febrero de 2021, memoria de Nuestra Señora de Lourdes, celebraremos la XXIX Jornada Mundial del Enfermo. Es un momento propicio para recordar a las personas enfermas y a quienes cuidan de ellas, tanto en los lugares destinados a su asistencia como en el seno de las familias y las comunidades. En estos momentos, tenemos presentes especialmente a quienes sufren en todo el mundo los efectos de la pandemia del coronavirus, que sigue golpeando con dureza, a pesar de que ha comenzado el proceso de vacunación hace varias semanas.

En el mensaje de este año el Papa Francisco exhorta a seguir el ejemplo de Jesús, que invita a “detenerse, escuchar, establecer una relación directa y personal con el otro, sentir empatía y conmoción por él o por ella, dejarse involucrar en su sufrimiento hasta llegar a hacerse cargo de él por medio del servicio”. La presencia de la enfermedad hace que experimentemos la vulnerabilidad propia y la necesidad del otro, la interdependencia. Nuestra realidad de seres creados se percibe con más claridad y nos recuerda la dependencia de Dios. Cuando la enfermedad golpea nuestra persona o nuestro entorno, el temor y la incertidumbre nos invaden.

En esos momentos aflora la pregunta por el sentido de la vida y de las cosas, y necesitamos urgentemente respuestas a nuestros porqués. La figura de Job ilumina nuestras vidas en estas situaciones. En un momento dado lo pierde todo: familiares, bienes, amigos, salud. Parece como si Dios lo abandonase, en un silencio total. Sin embargo Job habla con Dios, grita a Dios; y en su oración, a pesar de todo, conserva su fe y, al final, descubrirá el valor de su experiencia y del silencio de Dios. Al final Dios le responde, y le abre un nuevo horizonte, mucho más amplio. Descubre que su sufrimiento no es una condena o un castigo, y tampoco es un estado de lejanía de Dios  o un signo de su indiferencia. Finalmente, del corazón herido y sanado de Job brota una conmovida declaración que resuena con energía: «Te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos» (42,5).

A lo largo de la pandemia actual va aflorando lo mejor y lo peor del ser humano y de las instituciones. Numerosas carencias de los sistemas sanitarios han afectado a las personas enfermas, a los ancianos, a los más débiles y vulnerables. Afortunadamente, también se ha puesto de relieve la entrega y la generosidad de los agentes sanitarios, las fuerzas de seguridad, innumerables voluntarios, muchos de ellos jóvenes, trabajadores de distintos ámbitos, instituciones de acción caritativa y social así como las educativas, tanto eclesiales como civiles, las propias familias, sacerdotes y religiosos, y tantas personas que con sentido de responsabilidad y amor al prójimo han ayudado y servido a tantos enfermos y a sus familias.

La enfermedad, el dolor, la fragilidad, nos hacen más humildes y ayudan a volver la mirada a Dios y a los hermanos. En este sentido, quiero recomendar en esta carta la experiencia de peregrinar a Lourdes. Lourdes  es sobre todo  una escuela de fe, de oración y de solidaridad, una escuela de vida y de evangelio, un lugar que ayuda a profundizar en el conocimiento de Jesús y de su mensaje de salvación, que nos exhorta a la plegaria y a la conversión. Es, pues, un lugar especial de encuentro entre el cielo y la tierra, un lugar de comunión y esperanza. Un hogar muy especial y acogedor para los enfermos, los pequeños, los sencillos. Os invito, pues, a todos a hacer esta experiencia de peregrinación, para ofrecer la vida y pedir fuerzas para seguir haciendo camino y compartir los sufrimientos y sostenernos mutuamente; para cuidarnos unos a otros con amor fraterno, bajo el amparo de la Madre.