Fecha: 5 de marzo de 2023
En el evangelio se explica que un día Jesús tomó Pedro, Santiago y Juan, su hermano, y les llevó a una montaña alta, no para ver el paisaje sino para que fueran testigos de una revelación. El evangelio nos dice que se transfiguró delante de ellos y que su cara se volvió resplandeciente como el sol, y sus vestidos blancos como la luz, y “les cubrió una nube luminosa, y de la nube una voz dijo: “Éste es mi Hijo, mi amado, en quien me he complacido, escuchadlo” (Mt 17,5).
Sin duda que ésta fue una revelación, una experiencia, que nunca olvidaron aquellos tres discípulos. De hecho, puede ser que, cuando lo contaron después muchos años, los que escuchaban debieron pensar que todo había sido una ilusión, que lo habían soñado.
Pero ellos sabían que no había sido una ilusión, porque una ilusión es un deseo, o una imaginación no real, un engaño de los sentidos. Y ellos, aún muchos años después, recordaban perfectamente lo que habían visto, y la voz que habían oído, aunque costase creerlo.
El apóstol Santo Tomás, después de la Resurrección del Señor, tampoco creyó lo que los demás discípulos le decían, que habían visto a Jesús resucitado, y dijo a sus compañeros: “Si no le veo en las manos la marca de los clavos, si no meto el dedo en la herida de los clavos y no le pongo la mano en el costado ¡yo no me lo creeré!” (Jn 20,25).
Mucha gente piensa que los cristianos vivimos de una ilusión y dicen también «yo si no lo veo, no lo creo», como el apóstol Tomás. Pero nosotros, que no hemos visto nada, creemos, tenemos fe; porque la fe no es una ilusión, ni un sentimiento. «Creer es poseer anticipadamente lo que esperamos, es conocer realidades que no vemos» dice la carta a los cristianos Hebreos (Hb 11,1).
La fe es un convencimiento, y un acto de humildad, y de obediencia también. Obediencia a quien nos habla. Y en la práctica el mayor acto de fe es creer en el amor de Dios, en Dios que es amor y en el amor que nos tiene.
¿Podemos decir que nuestra fe es una ilusión? ¿No será acaso un sueño, o el deseo que una realidad que no existe? No, nuestra fe no es una ilusión ni un sueño porque “el amor de Dios se ha manifestado en medio de nosotros cuando ha enviado al mundo a su Hijo único, para que vivamos gracias a él” (1Jn 4,9).
Por eso los apóstoles seguían a Jesús, lo habían dejado todo para seguirle, porque su llamada es una llamada de amor, y le siguieron porque experimentaban su amor y su amistad, aunque no acababan de entender.
La experiencia de la Transfiguración, en la montaña, tenía que ser para los apóstoles, y para nosotros también, una reafirmación en la fe, fe en Jesucristo, el Hijo de Dios, el Hijo amado del Padre. Esta fe es la luz que ilumina el camino de la Cuaresma.
Hoy, en este segundo domingo de Cuaresma, se nos pide un paso adelante en nuestra fe, se nos pide contemplar a Jesús, el Hijo amado del Padre. Creer es escucharle y amarle.
No podremos participar de la Pascua ni no lo escuchamos. El camino de la fe en la Cuaresma nos llevará a la Pascua.