Fecha: 12 de marzo de 2023

En el camino de libertad que es la Cuaresma hemos sido agraciados con una experiencia de amor, que, además de estimularnos, nos ha enseñado que Dios nos quiere libres para amar.

Pero ¿eso es todo? Libertad y amor siguen siendo únicamente un buen deseo, un proyecto, más que una realidad. La vida cotidiana nos lo demuestra. Aunque hayamos sido sinceros cuando decíamos que sí al Dios de la Alianza y disfrutábamos de su amor en la nube de la Transfiguración, vueltos al camino experimentamos la dureza del día a día por el desierto. Ser libre no es cualquier cosa. Como les ocurrió a los israelitas puede llegar el momento en que prefiramos volver a la esclavitud, cuando al menos podíamos comer (Ex 17, 3-7).

No olvidamos aquellas terribles palabras del Gran Inquisidor acusando a Jesús haber impuesto (haber “condenado”) al ser humano a ser libre (F. Dostoyevski, Los hermanos Karamázov, leyenda del Gran Inquisidor, juicio contra Jesús): tienen razón los sistemas políticos “mesiánicos y populistas” imponiendo, en nombre del bienestar, la dictadura y la esclavitud… Y tantas veces la gente los vota.

Para que la libertad sea auténtica, llegue a ser como Dios quiso al crearnos, ha de ser probada. La persona realmente libre ha de “trabajar” la libertad, en cierto modo la ha de conquistar. Y el banco de pruebas, el momento adecuado, para hacerlo es justamente la experiencia de necesidad, el hambre y la sed en pleno camino por el desierto. Es entonces cuando sobreviene la gran tentación: renunciar a la libertad, volver a la servidumbre.

Este es uno de los pilares de la pedagogía cristiana, un principio básico de lo que denominamos “educar en la libertad”. El profesor J. Corts Grau lo expresó hace años claramente:

“La libertad está en el misterio; la libertad está enterrada y crece hacia dentro, y no hacia fuera. Se dice, y acaso se cree, que la libertad consiste en dejar crecer libre a la planta, en no ponerle rodrigones, ni guías ni obstáculos; en no podarla, obligándola a que tome esta o la otra forma; en dejarla que arroje por sí, y sin coacción alguna, sus brotes y sus hojas y sus flores. Y la libertad no está en el follaje, sino en las raíces, y de nada sirve dejarle al árbol libre la copa y abiertos los caminos del cielo, si sus raíces se encuentran, al poco de crecer, con dura roca impenetrable, seca y árida, o con tierra de muerte”

Es el gran momento pedagógico en el camino hacia la madurez en la libertad. Es la respuesta a la pregunta tan frecuente que se formulan quienes se escandalizan ante el sufrimiento de los amigos de Dios. Hay otros motivos por los cuales el discípulo de Cristo sufre, pero sin duda uno de los más importantes es que experimentar necesidad, hambre, sed, carencias de todo tipo, forma parte del acompañamiento de Dios con su pueblo en el camino de la libertad.

Este es el fondo, el sentido del auténtico ayuno cristiano, bien distinto del que propugnan otras prácticas religiosas o terapias “sanadoras”. Según el pasaje del Éxodo, Yahvé provee de agua al pueblo sediento. Y en la plenitud de los tiempos Jesús ofreció a la Samaritana el agua del Espíritu que salta hasta la vida eterna. Es el agua que nos permite salir de nuestras crisis y pruebas, bebiendo de ella mediante la fe.