Fecha: 29 de marzo de 2020

Estamos viviendo una Cuaresma única y parece que también podría ser así la Semana Santa y la Pascua, debido al coronavirus Covidien-19 y el estado de alarma declarado por las Autoridades. Estamos confinados y cansados, quizás estamos viviendo mucha incertidumbre, angustia, sufrimientos y sobre todo dolor por las víctimas y por todos los infectados, por los que tienen dificultades económicas y por los más vulnerables, que son muchos. Y, junto a todo ello, también estamos viviendo el heroísmo de muchas personas que se han entregado con generosidad por el bien de los infectados, para que la sanidad y el país funcionen. Y seguramente que cada uno de nosotros estamos intentando amar con obras a nuestro prójimo. También la Diócesis, las parroquias y comunidades, privadas de la celebración comunitaria de la fe, hemos tenido que encontrar otras maneras de vivirla, de mantener firme la esperanza, de orar con fervor y de continuar amando y sirviendo a Dios y a los hermanos. Debemos continuar pidiendo que el Señor nos libere de esta epidemia, de todos los males y de cualquier perturbación, agradeciendo y orando también por nuestras familias y por las autoridades, los médicos y personal sanitario, las fuerzas de seguridad, los dirigentes de la cosa pública y los que están pendientes de que las cosas funcionen y la vida siga adelante.

Debemos tener mucha confianza. Dios nunca nos deja y se nos hace presente en todas las circunstancias de la vida, por duras y oscuras que nos puedan parecer: «Aunque camine por cañadas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan» (Sal 23,4). Él sabrá sacar bien de este mal, y quiere que luchemos contra el mal, con el bien. Pidamos que remita la epidemia y que pronto nos podamos rehacer sanitaria y económicamente. Mientras tanto, estemos pendientes de los más vulnerables y mirando de superar estos momentos de angustia y de dolor, con coraje y esperanza. Debemos vivir de la oración y de la esperanza, y ofrecerlas a todos, como un testimonio de amor. Amemos con esperanza y encontremos el apoyo en la oración.

Este es el mensaje que el Santo Padre Francisco desde el inicio de esta epidemia, nos ha recomendado: que oremos confiadamente a la Virgen María. Hagámoslo también nosotros. Cada día reza esta oración:

“Oh María, tú resplandeces siempre en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. Nosotros nos confiamos a ti, Salud de los enfermos, que bajo la cruz estuviste asociada al dolor de Jesús, manteniendo firme tu fe.

Tú, Salvación de todos los pueblos, sabes de qué tenemos necesidad y estamos seguros que proveerás, para que, como en Caná de Galilea, pueda volver la alegría y la fiesta después de este momento de prueba.

Ayúdanos, Madre del Divino Amor, a conformarnos a la voluntad del Padre y a hacer lo que nos dirá Jesús, quien ha tomado sobre sí nuestros sufrimientos y ha cargado nuestros dolores para conducirnos, a través de la cruz, a la alegría de la resurrección.

Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios; no deseches las oraciones que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien líbranos de todo peligro ¡oh Virgen gloriosa y bendita! Amén.”