Fecha: 26 de febrero de 2023

Muchas personas identifican la Cuaresma como un tiempo triste, oscuro, un tiempo de penitencia, carente de atractivo, porque de entrada la penitencia no es demasiado atractiva.

Pero la cuaresma que acabamos de iniciar el pasado miércoles con la imposición de la ceniza, y que supone un camino de preparación para la Pascua, no es, de ninguna manera, un tiempo de oscuridad, porque se trata de acompañar a Jesús en su camino hacia Jerusalén, y Jesús es luz, es siempre la Luz.

El evangelio en este primer domingo de cuaresma nos presenta a Jesús en el desierto siendo tentando por el diablo. La tentación es una experiencia humana que él quiso vivir como hombre, una experiencia que en sí misma no debe identificarse con el pecado. Él se hizo hombre, y como dice la carta a los Hebreos «ha sido probado en todo, aunque sin pecar» (Hbr. 4, 15).

La primera lectura de la misa de este domingo del libro del Génesis presenta la tentación de los primeros seres humanos. Y si esa primera experiencia supuso un verdadero fracaso para la humanidad, la de Jesús fue un triunfo que anunciaba lo que había venido a hacer en el mundo: liberarnos del pecado, darnos una nueva vida.

La experiencia de la tentación, que es siempre una mentira, una falsa promesa de felicidad, puede servir para hundir a una persona o, al contrario, para fortalecerla, hacerla crecer, y unirse así más con Dios. En definitiva la tentación nos pone ante el dilema de preferirnos a nosotros mismos, nuestro orgullo, nuestro gusto, nuestro egoísmo o puede servirnos para abrirnos más al amor de Dios, creciendo en gracia y santidad.

La mentira de la tentación y del pecado nos hunde en un pozo de oscuridad. Pero la Cuaresma es un camino que nos abre la puerta a una realidad nueva y gozosa. En este primer domingo de cuaresma comprobamos como Jesús ha vencido la tentación, ha apartado el pecado de la vida humana con la que estaba relacionado desde aquel primer pecado original.

En el segundo domingo de cuaresma se nos presentará a Jesús transfigurado, manifestado por el Padre como el Hijo amado, lleno de luz. Y en los siguientes domingos, en el tercero, será el anuncio de esta nueva vida a través del diálogo con la samaritana presentando el agua de la vida, una agua que quien la bebe ya no tendrá nunca más sed. Y después aún, otra vez, en el cuarto domingo, una agua en la que el ciego de nacimiento recobra la vista, y con ella la fe en Jesús, prefiguración de nuestro bautismo. Y en el quinto domingo la resurrección de Lázaro, amigo de Jesús, nos manifiesta cómo el Señor tiene todo el poder sobre la vida y la muerte. Hasta llegar al domingo de Ramos donde acompañaremos a Jesús en su entrada triunfal en Jerusalén. Allí, en Jerusalén, volveremos a encontrarnos todos, para celebrar y revivir su Pascua.