Fecha: 5 de marzo de 2023

Nos vemos ya en camino, una vez desembarazados de las ataduras que nos esclavizan, como estrenando una manera de caminar libre, sintiendo que los trabajos ya no son un carga impuesta, sino una elección personal. ¡Podemos ir donde queramos! Así vivieron los israelitas los primeros pasos en el desierto.

Es una pequeña experiencia de libertad. Mejor dicho, es un sucedáneo de libertad.

La liberación, en sí es solo un vacío. La hoja de un árbol, en otoño anhela soltarse de la rama para mecerse en el viento y llegar lejos. Pero la hoja suelta, tras gozar de libertad sin ataduras, acaba cayendo y secándose.

Liberarse de algo, sin saber “para qué”, sin objetivo previsto – y elegido libremente – es caer en la nada y el camino se hace absurdo y particularmente duro. Duro, sobre todo, por la soledad.

En pleno Camino Cuaresmal recibimos un regalo para nuestro gozo, que además constituye toda una revelación. Es como un oasis de sombra y frescura reconfortante: somos invitados a participar, como testigos, de la Transfiguración (Mt 17).

Este regalo tiene su paralelo en el momento en que el Pueblo de Israel es llamado a establecer la Alianza en Yahvé en el Sinaí (Ex 34). Este acontecimiento, central en la historia de Israel (y en la nuestra), muestra que la vocación a la libertad que Dios realiza con nosotros tiene un objetivo claro: lograr que el Pueblo llegue, libremente, al compromiso de amor con Él y que por esta vía encuentre la salvación.    

Saint-Exupéry ya había recordado que “No hay libertad en el que va a cualquier parte. Las pistas invisibles del amor son las que hacen libre al hombre”. Dios sabe muy bien que de nada sirve la libertad (liberación) si no es para llegar a amar. De forma que la libertad acaba reclamando vínculos de amor, para que esa libertad tenga sentido. Y en la medida en que, siendo libres, vamos descubriendo pistas invisibles de amor y las seguimos, somos más libres.

En el camino de libertad que es nuestra Cuaresma experimentamos el amor entrando en la escena de la Transfiguración. Somos invitados a subir con Él a la montaña, quizá tras haber detectado nuestro cansancio durante el camino por el desierto. Todo lo que ocurrirá allí tendrá un sentido profundo: experimentar, compartiéndolo, el gozo del amor de Dios, ser amados y amar. Es el Dios – Yahvé de la Alianza, allí está Moisés, la Ley que nace de ella, allí está Elías, el profeta de la Palabra, allí está Jesús, centro del amor, allí la nube del Espíritu, creando la atmósfera del amor para ser compartido y, sobre todo, allí se oye la declaración de amor del Padre: “Este es mi Hijo amado, escuchadle”.

Se entiende la reacción de Pedro: gozo, bienestar, paz. Podríamos decir que se siente realmente libre dentro de la nube del amor. Otra cosa es su reacción, al querer detener el tiempo y no seguir caminando. Tenía que entender que el oasis está para el caminante, no es punto de llegada. Que hay un más allá al final del camino, una tierra prometida; que la libertad, como el amor, aún han de ser probados.

Así es nuestra vida espiritual, siempre en camino.