Fecha: 9 de mayo de 2021

Estimados y estimadas,

Desde hace varios años, en la Iglesia celebramos el día del enfermo en dos fechas señaladas: el 11 de febrero, fiesta de la Virgen de Lourdes, y en este sexto domingo de Pascua, bajo el título de «Pascua del enfermo». El lema de este año, «cuidémonos mutuamente», se inspira en aquel pasaje evangélico en que Jesús critica la hipocresía de quienes dicen, pero no hacen (véase Mateo 23,1-12). «Cuando la fe se limita a ejercicios verbales estériles, sin involucrarse en la historia y las necesidades del prójimo —afirma el papa Francisco en el mensaje para estas Jornadas—, entonces la coherencia entre el credo profesado y la vida real se debilita».

Hoy quisiera centrarme especialmente en las personas mayores que están enfermas. «La pandemia actual —afirma el Papa en el mensaje mencionado— ha sacado a la luz numerosas insuficiencias de los sistemas sanitarios y carencias en la atención de las personas enfermas. Los ancianos, los más débiles y vulnerables no siempre tienen garantizado el acceso a los tratamientos, y no siempre es de manera equitativa». El anciano enfermo suele ser una cargaeconómica para la familia, para el sistema sanitario y para el mismo gasto público. Aún así, hay que reconocer el esfuerzo de las instituciones y de muchos profesionales que se hacen cargo de los ancianos enfermos. Aquí la Iglesia ha hecho y hace su papel y aporta su grano de arena. Este reconocimiento es extensivo a las familias que asumen la situación delapersona anciana, padre, madre, pariente, que ha quedado sola y procuran, con naturalidad y disponibilidad, que esa situación sea lo más ligera posible.

El lema «cuidémonos mutuamente», sugiere el aspecto relacional y el afecto que debe haber para que haya una buena terapia en el cuidado del anciano enfermo. Precisamente, «la pandemia también ha puesto de relieve la entrega y la generosidad de muchos». Para los cristianos, afirma el Papa, «esta relación con la persona enferma encuentra una fuente inagotable de motivación en la caridad de Cristo, como lo demuestra el testimonio milenario de hombres y mujeres que se han santificado sirviendo a los enfermos».

Los retos a plantear tienen que ver con la calidad en el tratamiento de las personas, incluso cuando el anciano enfermo ya no lo puede reconocer y agradecer conscientemente. Entre estos retos, aquí quisiera destacar sobre todo tres, en forma de tres preguntas: ¿Qué hacemos para mantener el calor humano que ayuda a vivir y mantiene la dignidad del que casi lo ha perdido todo? ¿Qué hacemos para reconocer los derechos del anciano enfermo, libremente ejercidos o legalmente tutelados? ¿Qué hacemos para ayudar y apoyar a los que, como familiares o cercanos al anciano enfermo, lo aceptan, se hacen cargo y lo aman?

A la luz del magisterio de Jesús, la «Pascua del enfermo» se convierte en una llamada a apoyar al enfermo ya atenderlo, no sólo con cuidados materiales, sino también con el calor cariñoso de los gestos, con los que se sentirá querido, respetado y valorado. Escucharlo significa dejar espacios de tiempo a fin de que la persona mayor enferma pueda formular sus angustias, dudas, esperanzas y miedos. Si es creyente, facilitarle la participación en la vida de la comunidad, ayudándole a mantener las prácticas religiosas. Ayudarle a expresar su apertura a Dios, al trascendente: leerle algún poema, algún pasaje de la Sagrada Escritura, escuchar juntos un poco de música… También, facilitar los procesos de reconciliación con los familiares, ayudándoles a hacer una lectura positiva de la vida. La persona mayor enferma suele necesitar un confidente: él lo escogerá, no le impongamosa nadie. Y también, procuremos, en la medida de lo posible, que tenga vida social, que sienta el aliciente de vivir, que participe en alguna iniciativa comunitaria o social.

Vuestro,