Fecha: 17 de mayo de 2020

Este domingo, en una buena parte de nuestra Diócesis, retomamos la celebración de la Eucaristía dominical, «la pascua semanal», con presencia de los fieles. La Eucaristía nos hace ser la Iglesia de Cristo, por eso damos gracias a Dios. Y es que con o sin confinamiento, en fase 0 o en fase 1, o en lo que nos pueda venir más adelante, no importa, estamos celebrando la Pascua, que es el don de la Resurrección de Cristo. Él ha vencido la misma muerte, y ya nada nos podrá separar de su amor. Él nos da la Eucaristía y nos envía el Espíritu Santo Defensor, y eso ya nos debe bastar para hacer frente a esta pandemia, al confinamiento, a las enfermedades o penurias, a todo aquello que nos pueda llegar… Con la fuerza del Señor y con el coraje de la fe y de la esperanza, nada nos dará miedo. No hacemos el camino solos. Cristo nos protege a través de su Espíritu que habita en nosotros por el bautismo y la confirmación. Celebremos el domingo con mucha alegría, a pesar de los confinamientos.

La certeza de que Cristo nos acompaña a través de su Espíritu Santo nos hace valientes. Por la Eucaristía celebrada ya con nuestra presencia y recibiendo la sagrada comunión, o aún recibida espiritualmente aquellos que debéis permanecer aún en casa, en espera y deseo de que podremos recibirla más adelante, nos unimos a Cristo y somos hechos imágenes suyas, testigos suyos por el Espíritu Santo que la Eucaristía nos comunica. Acojamos con humildad y reverencia el Espíritu de Cristo y dejémonos conducir por su aliento de libertad y su fuego de caridad ardiente. Seamos más «espirituales», cuidemos la vida espiritual, y dejémonos guiar por el Espíritu. El don del Padre y del Hijo habita dentro de nosotros y silenciosamente nos va guiando hacia la plenitud de la verdad y nos va transformando en amigos de Dios e imágenes del Señor. Él nos da las palabras adecuadas y nos hace valientes en los combates de la fe. Por el bautismo y la confirmación se ha hecho compañero invisible pero real de nuestra vida para siempre. No estaremos nunca solos, ya que Él nos acompaña, y la Eucaristía nos lo regala de nuevo para que llene de gozo toda nuestra vida y la haga fecunda de buenas obras.

Un famoso texto muy sugerente del metropolita ortodoxo de Lataquia Rmo. P. Ignacio Hazim, leído en Uppsala en 1968, en la Asamblea del Consejo Mundial de las Iglesias, nos ayuda mucho para entender lo que el Espíritu realiza en nosotros:

«Sin el Espíritu Santo, Dios queda lejos; Cristo pertenece al pasado; el Evangelio es letra muerta; la Iglesia, una simple organización; la autoridad, un dominio; la misión, una propaganda; el culto, una evocación; y el actuar cristiano, una moral de esclavos…

«Pero con el Espíritu, y en una sinergia indisociable, el universo es sostenido y clama por el nacimiento del Reino; el hombre está en lucha contra la carne; Cristo resucitado está aquí; el Evangelio es fuente de vida; la Iglesia es comunión trinitaria de hermanos; la autoridad es un servicio liberador; la misión es un Pentecostés; el culto es memorial y anticipación; y el actuar humano es una realidad divina.»

El Espíritu todo lo transforma y nos quiere transformar a nosotros en la sorprendente Pascua de este año. Dejémonos llevar por el Espíritu, que todo lo llena de vida, y vivamos con renovadas fuerzas esta reanudación de la vida comunitaria, eucarística y pastoral, después del confinamiento. Necesitamos nueva creatividad y nuevas fuerzas, y Él nos las dará. Roguemos y amemos, regresemos escaladamente a la normalidad de la vida comunitaria eclesial, sin miedos ni desánimos ni angustias.