Fecha: 27 de septiembre de 2020

El Papa Francisco ha dedicado el Mensaje de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado de 2020 al drama de los desplazados internos, un drama a menudo invisible, que la crisis mundial causada por el Covid-19 ha agravado todavía más. A la luz de los acontecimientos que han caracterizado el presente año, el Santo Padre extiende este Mensaje a todos los que han experimentado y siguen aún hoy viviendo situaciones de precariedad, de abandono, de marginación y de rechazo a causa de la pandemia.

Jesús, María y José, experimentaron las incomodidades, la incertidumbre y el miedo que conlleva la condición de desplazado y refugiado cuando se vieron obligados a huir a Egipto. Es la triste realidad de millones de familias en nuestros días a causa de los conflictos armados, las violaciones a los derechos humanos, y la violencia generalizada. Refugiados que huyen del hambre, de la guerra y de otros peligros graves, en busca de seguridad y de una vida digna para sí mismos y para sus familias. En ellos hemos de reconocer el rostro de Cristo.

Los desplazados constituyen un reto pastoral al que hemos de responder. El Papa describe el proceso de respuesta con cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar, y añade otros seis pares de verbos, que se corresponden a acciones muy concretas para llevarlo a cabo: conocer para comprender, hacerse prójimo para servir, escuchar para reconciliarse, compartir para crecer, involucrarse para promover, colaborar para construir.

La primera acción consiste en conocer para comprender. El conocimiento es un paso imprescindible para poder comprender al otro. No se trata de estar al día de los datos estadísticos o de las teorías. Se trata de seres humanos, de experiencias, de historias personales. El miedo, la incertidumbre, la precariedad que nosotros mismos hemos experimentado durante el confinamiento  nos ayuda a entender lo que es una constante en la vida de estas personas.  El siguiente paso es hacerse prójimo para servir al hermano necesitado. Los miedos y los prejuicios nos impiden acercarnos a los caídos que encontramos en el camino, pero es preciso correr riesgos. Así lo hemos contemplado en muchas personas que en los momentos más críticos de la pandemia han arriesgado sus vidas ayudando a los demás.

Las personas concretas, las familias, los diferentes colectivos de la sociedad, las naciones, necesitan reconciliarse, y el camino de la reconciliación es el camino de la escucha.  Vivimos una saturación de palabras y  mensajes imposible de asimilar. Necesitamos silencio para poder escuchar, y necesitamos aprender a escuchar. Escuchar nuestro interior, nuestra conciencia, al hermano necesitado, escuchar la voz de Dios. La escucha facilitará la reconciliación consigo mismo, con la creación, con los demás y con Dios. La reconciliación nos llevará a ser más conscientes de que formamos una misma realidad, una familia, la familia de los hijos de Dios y a compartir nuestras cosas, nuestra vida, todo lo que hemos recibido, y a crecer juntos.

Creceremos juntos viviendo en fraternidad y solidaridad, sin excluir a nadie, implicando a todos, contando con todos, promoviendo a todos, porque todos y cada uno somos importantes, y hemos de encontrar nuestro lugar en esta comunidad, en esta familia humana.  Todos estamos llamados a colaborar en la construcción del Reino de Dios, Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz. Este Reino no se construye con el poder, la fuerza o la violencia, sino con el perdón, con la solidaridad, con amor vivido hasta dar la vida. Este es el camino para acoger e integrar a nuestros hermanos desplazados a los que en esta jornada os invito a tener muy presentes.