Fecha: 20 de marzo de 2022

El domingo 20 de marzo celebramos en nuestra diócesis el día del seminario. Es un momento para que en todas las parroquias demos gracias a Dios por las vocaciones sacerdotales y pidamos al dueño de la mies que envíe trabajadores a su mies. Como ya sabéis, durante el año 2021 se ordenaron en nuestra diócesis tres nuevos sacerdotes. Agradezcamos al Señor el testimonio de generosidad y disponibilidad para responder a su llamada que nos han dado y, pidamos para ellos el don de la fidelidad y la perseverancia en el ministerio. Actualmente son dos los jóvenes que se están preparando para el sacerdocio. Nos gustaría que fueran más, pero no debemos dejar de confiar en Dios que siempre cuida con amor de su pueblo. Por ello, os invito a que no os canséis de pedir que haya jóvenes que, movidos por el deseo de vivir en amistad con Cristo y de ponerse a su servicio, estén dispuestos a entregar su vida por el Evangelio y el Reino de Dios.

El Papa nos ha convocado a todos a reflexionar sobre la vida de la Iglesia en el momento actual. El proceso sinodal que estamos viviendo nos recuerda que somos un pueblo en camino hacia el Reino de Dios. Quienes sienten la llamada al sacerdocio son miembros de este Pueblo de Dios y deben sentirse hermanos de todos los demás cristianos. La vocación no los separa de ellos ni los coloca en una situación de superioridad: quien siente la llamada al ministerio no debe pensar que por ello es automáticamente mejor y más santo que los demás cristianos. El signo más claro de que esta llamada es auténtica es que se vive con humildad.

La vocación sacerdotal no debe llevar a quien la siente a creerse dueño de la Iglesia, como si la comunidad le perteneciese, sino a ponerse al servicio de todo el Pueblo de Dios, caminando junto a los hermanos en la fe, escuchándolos, compartiendo sus alegrías, sus dificultades y sus esperanzas y anunciándoles el Evangelio de la Vida. Solo desde el deseo de servir y entregar la propia vida tiene sentido el ministerio sacerdotal. En el seminario los futuros sacerdotes aprenden a no convertir el sacerdocio en un instrumento para causas que son ajenas al Evangelio y a no servirse de él para imponer sus propias ideas en aquellas cuestiones que son opinables.

En el tiempo de formación los seminaristas crecen en la disponibilidad para servir a la Iglesia, conscientes de que el hecho de ser enviados es un elemento esencial en la vivencia del ministerio. No elegimos nosotros las comunidades en las que queremos vivir nuestro sacerdocio. Si fuera así caeríamos fácilmente en la tentación de buscar nuestros propios intereses y no los de Jesucristo. A la misión somos enviados. Y en el servicio discreto y silencioso, alejado de protagonismos, pero rico en experiencias y alegrías, los sacerdotes nos unimos cada día más a Jesús, que no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos y, de este modo, vivimos nuestra vocación cada día con más gozo.

En el camino hacia el Reino de Dios, el Pueblo de Dios necesita sacerdotes que, viviendo estas actitudes, animan y consuelen a los que están cansados, den esperanza a quienes la han perdido, iluminen con la palabra del Evangelio y fortalezcan con la Gracia que brota de los sacramentos a todos los creyentes. Pidamos a Dios que nunca falten en nuestra diócesis.