Fecha: 28 de abril de 2024

Vivimos en un mundo de prisas y de nervios, un mundo que busca por encima de todo el ideal del bienestar, aunque con el mínimo esfuerzo. Una sociedad en la que sistemas políticos e intereses económicos parecen haberse puesto de acuerdo para prometernos y ofrecernos una vida feliz, sin necesidad de esfuerzo alguno. Sin embargo, no aceptamos un no por respuesta y lo queremos todo al momento, de tal modo que, si no puede ser así, experimentamos enseguida la angustia y la inquietud. Un vivir que es un no parar y que en realidad más que vivir es desvivirse. Pero lo peor es que estamos acostumbrando a las generaciones futuras a lo mismo.

Pero ese estilo de vida no es el del evangelio. Dios no vive con prisas, Jesús estuvo treinta años de su vida escondido, oculto, en una vida sencilla, en un pequeño pueblo perdido en la inmensidad del gran imperio.

Y la mayor parte de los ejemplos que encontramos en los evangelios, los modelos que Jesús ponía en su predicación son referencias al mundo de la agricultura en el que se debe esperar, hay que dejar pasar tiempo, se debe ejercitar mucho la paciencia. Este domingo, por ejemplo, en el evangelio de la Misa, tenemos la comparación de Cristo con la vid y nosotros, los sarmientos; pero son muchos más los ejemplos que podemos encontrar.

El miércoles que viene celebraremos la fiesta de san José Obrero, instituida por el Papa Pío XII en 1955 para que, bajo su patrocinio, todo el trabajo humano esté ordenado a Dios y a su Reino. Esto me lleva a pensar en la gente del campo que ha hecho oír su voz en las carreteras y ciudades pidiendo soluciones para su difícil situación y no podemos olvidar la lección de esfuerzo, de paciencia y de trabajo que nos dan.

Este ejemplo es también una imagen de Dios que no tiene prisas, que tiene mucha paciencia con su creación, y con nosotros, porque la paciencia es una cualidad divina y nosotros debemos aprenderla y practicarla también. El Señor tiene paciencia ciertamente con nosotros, tengámosla también con nosotros mismos y con los hermanos. Las cosas importantes requieren paciencia y perseverancia. Sin correr, despacito.

Las prisas, la búsqueda del máximo rendimiento nos hacen desconectar de realidades mucho más importantes como: nuestra relación con Dios, la importancia de las personas o nuestra relación con la naturaleza; como nos ha recordado el Papa Francisco.

Es necesario recuperar esta mirada contemplativa del campesino, que, una vez terminado el trabajo, se queda absorto mirando la tierra, disfrutando de la creación, del fruto de su trabajo, respondiendo a la llamada primera de Dios: «llenad la tierra y dominadla».

Que san José nos sea protector en nuestros esfuerzos, que quienes buscan trabajo puedan encontrarlo, y que a través de la entrega al trabajo bien hecho nos ayude a construir un mundo más justo, que pueda hacer presente el Reino de Dios, donde toda semilla de trabajo pueda dar fruto.