Fecha: 23 de agosto de 2020

No es casualidad que tantos poetas en el mundo hayan dedicado sus versos al mar. Esta asombrosa e ingente masa de agua despierta pasiones. La inmensidad del mar nos impresiona, nos emociona, nos encanta, nos conmueve, nos hipnotiza, nos abraza, nos relaja, y nos envuelve. La combinación de arena, agua, sol, cielo y nubes es vida, es alimento, es quietud, es fuerza, es energía. Contemplar el mar es una experiencia preciosa que estimula todos los sentidos. Cuando nos invade el desasosiego, el mar nos da calma y nos relaja. Al contemplarlo, experimentamos un momento trascendental.

Quien descubre el mar por primera vez se siente fascinado, como quien descubre a Dios. Nuestro amor hacia Él es como el mar. Puedes ver donde comienza, pero no donde termina. Parece inacabable. Su inmensidad, su majestuosidad y su belleza nos evocan la naturaleza infinita de Dios. Solo Él pudo crear semejante maravilla. ¡Qué hermoso regalo! El mar nos hace ver que cada gota de agua, aunque sea diminuta, es esencial en los planes de Dios. Como dijo la Madre Teresa de Calcuta: «A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el océano sería menos si le faltara esa gota».

El mar también nos invita a mirar más lejos, hacia el horizonte; más allá de lo terrenal. ¿Acaso es solo una casualidad que precisamente en el horizonte el océano se junte con el cielo? Cuando sintamos que estamos en un callejón sin salida, pensemos en el mar. Mirémoslo atentamente, puede parecer que no hay nada más allá de esa línea, pero sabemos que Dios también está ahí. Cuando las penas nos ahoguen, Él nunca nos dejará naufragar. Siempre está y estará a nuestro lado.

Quien piensa en el mar siente su relajante murmullo en su interior. Oír el roce del agua sobre la arena nos serena y nos evoca, en cierta manera, la paz que viene de Dios. El corazón del hombre es como el mar, es profundo, sufre tormentas, pero también goza de días de sol y de calma. Su misterio nos atrapa en cientos de preguntas que algún día encontrarán una respuesta. A veces parece un espejo, el espejo del alma, donde nos podemos ver reflejados y encontrarnos a nosotros mismos.

Pidamos a Dios que nos enseñe a navegar por la vida. Que nos enseñe a remar también cuando las aguas estén turbulentas o cuando el viento sople en contra. Pidamos a Dios que nos dé el vigor de las olas del mar. Aunque chocan una y otra vez siempre encuentran fuerzas para volver a empezar. Pidamos a Dios que nos haga ver que lo importante no son los pasos que damos en la arena sino la huella de amor que dejamos en los demás.

Queridos hermanos y hermanas, en pleno verano, contemplemos el mar y adentrémonos en su grandeza. Dios lo creó para que todos lo disfrutásemos. Eso sí, dejemos que Jesús sea el capitán de nuestro barco.