Fecha: 5 de septiembre de 2021

Después del paréntesis del verano iniciamos un nuevo curso en el que vamos a vivir dos acontecimientos importantes para la historia de nuestra diócesis: el próximo mes de octubre dos sacerdotes nacidos aquí, que por fidelidad a su vocación recibieron la gracia del martirio durante la persecución religiosa del siglo XX en España, serán elevados al honor de los altares. El día 17 en la Santa Iglesia Catedral de Córdoba será beatificado D. Francisco Escura Foix, nacido y bautizado en Benicarló. En 1936 era beneficiado de la catedral de esa diócesis y miembro de la comisión de música sacra, de la que también formaba parte el beato José María Peris Polo, natural de Cinctorres. Mientras pasaba unos días de vacaciones con su familia fue martirizado en Traiguera. El 30 del mismo mes, en nuestra catedral, el Sr. Cardenal Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, en representación del Papa Francisco, presidirá la Eucaristía de beatificación de cuatro sacerdotes Operarios Diocesanos. Entre ellos se encuentra D. Manuel Galcerá Videllet, nacido y bautizado en Caseres y martirizado en Ibros el 3 de septiembre de 1936, cuando era director espiritual del seminario menor de la diócesis de Jaén, que estaba en Baeza.

Para nuestra diócesis estas dos beatificaciones son motivo de alegría. Los santos constituyen el tesoro más valioso de la Iglesia. Nos alegramos porque en nuestras tierras la Gracia de Dios ha producido abundantes frutos de santidad que manifiestan la vitalidad de la fe a lo largo del tiempo. Estos dos sacerdotes mártires se unen al grupo de cinco santos canonizados y veintiún beatos que ya han sido elevados al honor de los altares. Confiamos que el proceso que ahora tenemos abierto para el reconocimiento del martirio de un numeroso grupo de sacerdotes y laicos llegue a buen término y podamos celebrar una nueva beatificación en nuestra catedral.

No vivimos estas celebraciones con el resentimiento de quien no quiere olvidar. Nuestra actitud es de gratitud por el testimonio de estos hermanos nuestros que no afrontaron la muerte como una derrota, sino como una victoria. A los ojos del mundo eran vencidos por la espada, pero la fe nos descubre que el mártir no es un vencido, sino un vencedor. Eran vencedores ya en este mundo, porque no se dejaron esclavizar ni dominar por el temor a la muerte. En el martirio la fe se manifiesta como algo más fuerte que el miedo.

Los mártires manifiestan una fortaleza y una sabiduría que supera lo que humanamente nos parece razonable. En el Evangelio vemos que el Señor anunció a sus discípulos las persecuciones, pero les dijo que no se preocuparan por lo que tenían que decir cuando fueran conducidos a los tribunales (Mt 10, 19). San Agustín, en uno de sus sermones sobre el martirio de San Vicente, constata que en el juicio el santo manifestaba una sabiduría tan grande que parecía que no era él quien hablaba y es que (añade San Agustín), no era él quien hablaba. El Señor les había dicho también a los discípulos que en la persecución “El Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros”(Mt 10, 20).

Agradezcamos a Dios el poder de su gracia, que se manifestó en la fortaleza i la sabiduría con las que estos hermanos nuestros dieron testimonio de la fe, que no eran otras que la sabiduría y la fortaleza del Espíritu.