Fecha: 21 de noviembre de 2021

Estimados y estimadas. Mañana, día 22 de noviembre, se celebra la fiesta de santa Cecilia, patrona de la música. En toda la historia cristiana, la Iglesia ha tenido y tiene un gran aprecio por el canto. La Sagrada Escritura lo recomienda en diferentes sitios. Afirma la Carta a los Colosenses: «Movidos por la gracia de Dios, cantadle en vuestros corazones con salmos, himnos y cánticos del Espíritu» (3,16).

El canto tiene una fuerza de comunicación que no poseen las demás artes. No toda la música desvela los mismos sentimientos. Por eso, cuando hay que escoger los cantos para la liturgia, conviene seleccionar aquellos que por el texto y por la melodía contribuyen a hermanar los espíritus y elevan a la oración, que es la función de los elementos que concurren en el culto cristiano.

El canto en la liturgia no es para llenar los silencios, sino que tiene una función cultual. No es lo mismo interpretar cantos durante la misa que cantar la misa. En el primer caso puede ser un concierto o entretenimiento; en el segundo, es la expresión de los sentimientos espirituales de los fieles que hermanándose se unen a los sentimientos de Cristo en la alabanza del Padre. No existe ninguna participación más solemne y agradable en las celebraciones litúrgicas que una asamblea compacta que expresa su fe y su piedad por medio del canto.

Visitando las diversas parroquias, he quedado con frecuencia sorprendido agradablemente por la participación de los fieles, sobre todo en los cantos a la hora de la misa. Son merecedores de mi felicitación. El canto ilumina la Palabra y ayuda a interiorizarla. El canto penetra en la persona y la introduce en el alma de la asamblea y crea unidad. El canto nos ayuda a ser sinceros y abiertos al Señor. Cantando no se puede mentir: o se sanea el corazón o se deja de cantar.

Algunas parroquias cuentan con una coral que, incluso, puede interpretar música polifónica. Esto, además de crear un clima religioso, enriquece la celebración. Su aportación es muy estimable, «mientras responda al espíritu de la acción litúrgica» —como afirma la Constitución para la Liturgia del Vaticano II (n. 116)—, pero no debe impedir la participación del pueblo. Es necesario conseguir una equilibrada combinación del canto polifónico y el popular.

Cuántas veces en el trabajo o caminando os habéis sorprendido con un canto que habéis cantado en la Iglesia. El canto hace que la oración continúe fuera del templo y se haga popular. Conviene seleccionar los cantos de la liturgia y renovarlos periódicamente. La rutina perjudica al culto. Agradezco y estimulo vivamente los esfuerzos que se hacen en este campo. En la reflexión sinodal que se nos pide a lo largo de este curso, puede ser un buen momento para revisar, reflexionar o renovar el desarrollo del canto litúrgico en cada parroquia o comunidad. En las preguntas del Documento preparatorio del Sínodo, reflejadas en la Exhortación pastoral que publiqué el pasado mes, encontramos esta pregunta: «¿Cómo promovemos la participación activa de todos los fieles en la liturgia y en el ejercicio de la función de santificación?» Recordemos que el canto es un elemento esencial de esa participación. Un pueblo que canta es un pueblo vivo y mantiene la esperanza. No dejéis de cantar.

Vuestro,