Fecha: 11 de diciembre de 2022

Cuando los católicos queremos comunicar la formación de aquello que fundamenta nuestra vida recurrimos con frecuencia a estudios y tratados de expertos en teología. Lo han hecho todos aquellos que han estudiado en las facultades de teología; todos los sacerdotes con obligación impuesta para recibir el sacramento del Orden y también durante los últimos años muchos seglares para profundizar en su fe y para adquirir conocimientos que amplíen su experiencia vital. En el caso de los miembros de la Vida Consagrada se aplican los mismos criterios según accedan al sacerdocio o pretendan una mejor formación como es el caso de los seglares.

Cuando deseamos ser muy concisos en nuestras explicaciones recurrimos al Catecismo. Allí encontramos de forma sintética y admirable todas las verdades de la fe que, como ya sabéis, se desarrollan en unos apartados claros que deben ser aceptados de forma simultánea por todos los creyentes: aprender de la Palabra de Dios, celebrar los sacramentos, rezar, llevar una vida moral coherente, participar activamente en una comunidad y anunciar a los demás la fe profesada. No podemos olvidar o silenciar ninguno de ellos pretextando nuestro gusto o interés personal. Aquello que hemos recibido y aprendido lo tenemos que pasar a las futuras generaciones. Es nuestra responsabilidad eclesial que actualizamos continuamente cuando pronunciamos el Credo. Los domingos y días de fiesta lo proclamamos en las celebraciones de la Eucaristía. Prácticamente todos lo sabemos de memoria.

Hoy pongo el acento en esta afirmación del Credo: creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Me parece un buen momento para animar a todos a sentirnos orgullosos y agradecidos por pertenecer a la Iglesia. A través de ella recibimos y vivimos la gracia de Dios que nos empuja y fortalece para aceptar la salvación de Jesucristo. De muchas maneras la hemos definido: casa, maestra, madre, familia… son términos muy cercanos a la vida ordinaria que todo el mundo entiende. Recordáis cómo hemos utilizado imágenes que aparecen en el Antiguo Testamento para describirla: viña, redil, edificación… San Pablo habla de cuerpo y miembros del mismo para referirse a la Iglesia a la que llamamos Cuerpo místico de Cristo; ella misma se sustenta en una condición divina como obra de Dios y en una condición humana porque en su desarrollo influimos los seres humanos a través de la historia. Decía san Agustín que la Iglesia va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios. Esas persecuciones han venido del exterior de la realidad eclesial o las hemos producido los mismos católicos. En ese sentido hemos de afirmar nuestra responsabilidad personal para presentar ante los demás el rostro más terso de una Iglesia que nos acoge a pesar de nuestras incoherencias, egoísmos o escándalos. Queremos hacer el bien pero muchas veces actuamos de forma malvada. Nadie escapa a esa tentación.

Estas líneas quieren invitar a todos los católicos a tener un amor grande a la Iglesia. A pesar de los pecados que acumulamos a lo largo de la historia. A pesar de nuestras propias limitaciones y debilidades. A pesar de los escándalos que en demasiadas ocasiones aparecen en los medios de comunicación. Es la Iglesia de Cristo, es nuestra casa y nuestra familia. Todos sus miembros, según su estado y responsabilidad, tienen la obligación de ayudar a la claridad, transparencia y autenticidad de toda la institución. Cuando habléis de la Iglesia o cuando os lleguen comentarios sobre ella, actuad como si fuese de vuestra propiedad. No sólo defensa ante ataques indiscriminados sino amor por ella y gratitud hacia las obras de salvación que, a través de la misma, recibimos del Señor para desbordar su bondad y su llamada a la fraternidad y a la santidad.