Fecha: 18 de junio de 2023

Desde que existimos los seres humanos sobre la tierra, desde el principio, hemos tenido que aprender a afrontar dificultades y a gestionar conflictos. La vida humana se enfrenta continuamente a situaciones de éstas y, dicen que ha sido así, precisamente por eso, que el ser humano ha ido progresando y se ha ido desarrollando el ingenio, la inteligencia y, por tanto, la técnica y la ciencia también.

Por experiencia sabemos que existen diversos tipos de conflictos en la vida. Unos son producidos por la naturaleza externa a nosotros: desastres naturales, inundaciones, grandes incendios, accidentes imprevistos. Otros los que vienen de la propia limitación de nuestra naturaleza y condición humana, como por ejemplo las enfermedades. Y todavía otros son los que inventamos o creamos nosotros y entre nosotros a partir de las diversas formas de pensar, de criterios y de sensibilidades. Son los que provocamos nosotros mismos con nuestros enfrentamientos: divisiones a menudo en la propia familia, las guerras y violencias de todo tipo etc. Y aquí habría que añadir también las divisiones y fracturas de en los propios corazones, dentro de nosotros mismos. Son sobre este último tipo de conflictos sobre los que quisiera reflexionar hoy.

Como decía, ante dificultades y conflictos de la naturaleza y gracias a ellos y a la capacidad humana de sacar provecho, de ejercitar la inteligencia, los seres humanos hemos ido evolucionando y avanzando en el campo de la ciencia y la técnica, inventando herramientas, profundizando en conocimientos médicos y científicos de todo tipo.

Desgraciadamente sin  embargo no ha sucedido lo mismo por lo que se refiere a los enfrentamientos entre personas  y los conflictos derivados de las relaciones humanas. Aquí, en este tema, y ​​desde la envidia que llevó a Caín a matar a su hermano Abel y hasta ahora, las guerras no han cesado ni un solo momento, ocasionando sufrimientos físicos y morales en la humanidad, entre los hombres y mujeres hermanos nuestros, y muchas veces especialmente en los más inocentes, los más débiles, los más vulnerables.

Pero, ¿a qué se debe esta incapacidad del hombre de resistir a la tentación de la violencia, del abuso de poder, del ansia de dominio a costa de  prescindir de los demás, sin que nada importe producir dolor y sufrimientos?

Tenemos que reconocer que Dios creador es infinitamente misericordioso y ha decidido intervenir en la vida humana, y lo ha hecho escogiendo el camino de hacerse hombre él mismo para compartir nuestra vida humana y enseñarnos el camino de la salvación, para salvarnos de nosotros mismos dando su vida.

Así pues, el camino para solucionar el conflicto humano está en mirar a Dios, en fijarnos en cómo ha solucionado Él el conflicto que tenía, con sus creaturas.  El camino pasa por aceptar el plan de Dios, por poner en práctica su palabra, su mensaje: “Este es mi mandamiento, que os améis unos a otros tal y como yo os he amado” (Jn.15, 12).

Empecemos nosotros mismos por hacerlo realidad, probemos cada día este programa de Jesús, intentemos amar allí donde encontramos la dificultad con un hermano. “Donde no hay amor, pon amor y encontrarás amor”, dice san Juan de la Cruz. Si hemos avanzado tanto en la técnica y la ciencia, ¿por qué no podemos avanzar también en la convivencia y la paz? Si yo hoy soy algo mejor, el mundo también será hoy algo mejor.