Fecha: 6 de diciembre de 2020

Estimados y estimadas,

El próximo martes, solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, celebraremos el «Día del Seminario». Esta jornada, como cada año, estaba prevista para el pasado mes de marzo en el domingo más cercano a San José, pero el confinamiento de la pandemia lo impidió. Por tanto, el día de la Purísima estamos invitados a orar especialmente por las vocaciones sacerdotales y por nuestro Seminario. En Cataluña no se han regateado esfuerzos en este campo apostólico. Desde hace unos años, los candidatos a convertirse en sacerdotes diocesanos se forman en los Seminarios de Barcelonay Terrassa y en el Seminario Mayor Interdiocesano. En este último tenemos a los seminaristas de nuestra archidiócesis de Tarragona, junto con el resto de las diócesis de la Provincia Eclesiástica: Girona, Lleida, Urgell, Tortosa, Solsona y Vic. Todos los seminaristas estudian en la Facultad de Teología de Cataluña, con sede en Barcelona. El centenar escaso de candidatos a convertirse en sacerdotes diocesanos, si sumamos estos tres seminarios, constituye un signo de vida y esperanza. Aunque harían falta muchas más vocaciones, nuestro Seminario prepara brazos jóvenes para los cultivos: «La mies es mucha y los obreros pocos …» (Mateo 9,37).

La vida del sacerdote únicamente tiene sentido si es una «vida según el Espíritu». El sacerdote, movido por el Espíritu, se ha dejado convertir por dentro y se entrega enteramente a la edificación de la Iglesia, Pueblo santo de Dios. La vida del sacerdote es un signo, un estandarte, que hace presente sacramentalmente la realidad del amor de Dios a los hombres. De ahí que, por medio del cultivo de una vida santa, los sacerdotes, antes de ser «pastores misioneros», como indica el lema de este año, deben vivir en la escuela de los auténticos discípulos. San Agustín, en un sermón sobre los pastores, afirma bellamente que el pastor es también cristiano, miembro del rebaño que Jesús ha congregado a su alrededor: «Ser cristiano se me ha dado como don propio; ser obispo, en cambio, lo he recibido para vuestro bien» (Sermo 46).

Es la Iglesia diocesana, en su totalidad, la que tiene que asumir la tarea de promover vocaciones a la vida sacerdotal. Pero, para ello, hace falta un clima nuevo. El Concilio Provincial Tarraconense proponía «estimular en las comunidades un nuevo clima que haga posible una pastoral vocacional entusiasmada. Se ha de educar en una fe profunda y generosa que nos disponga a servir y a dar la vida» (CPT 153).

Pero, ante todo, es necesario rezar: «Rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies» (Mt 9,38). En segundo lugar, agradecer el ministerio sacerdotal como un don de Dios a su Iglesia. En tercer lugar, seguir trabajando por las vocaciones, con especial atención a la pastoral de jóvenes, dedicando personas que los acompañen espiritualmente.

«Si partimos de la convicción de que el Espíritu sigue suscitando vocaciones», afirma el papa Francisco en su Exhortación a los Jóvenes (n.274), debemos, por coherencia con nuestra vida, «“volver a echar las redes” en nombre del Señor, con toda confianza. Podemos atrevernos, y debemos hacerlo, a sugerir a cada joven que se pregunte por la posibilidad de seguir este camino».Que el testimonio esperanzado de María Inmaculada nos ayude.

 

Vuestro,