Fecha: 26 de abril de 2020

El próximo viernes, 1 de mayo, celebraremos la fiesta de san José Obrero, patrono de los trabajadores, fecha que coincide con el Día Mundial del Trabajo. Lo haremos, paradójicamente, en pleno confinamiento, en una situación extraña en la que muchas personas han perdido el empleo, otros no se pueden desplazar a sus lugares de trabajo, y en el mejor de los casos, se trabaja telemáticamente desde sus hogares. Esta celebración litúrgica fue instituida en 1955 por el papa Pío XII. Su deseo era dignificar el trabajo poniendo a san José como su modelo y protector. Otro hito importante tuvo lugar el año 2000, en el Jubileo de los Trabajadores, cuando san Juan Pablo II se dirigió a ellos diciendo: «Queridos trabajadores, empresarios, cooperadores, agentes financieros y comerciantes, unid vuestros brazos, vuestra mente y vuestro corazón para contribuir a construir una sociedad que respete al hombre y su trabajo».

Cuando hablamos del trabajo, no nos referimos a un tema secundario. Se trata de un elemento fundamental de la vida humana que engloba el conjunto de actividades que los seres humanos realizan con el objetivo de alcanzar metas, de producir bienes y servicios para atender las necesidades humanas. Para el creyente tiene además un sentido de  participación en la obra creadora de Dios, así como una ocasión de colaboración y servicio a los demás, y por último un medio de crecimiento y de santificación personal. Nuestro trabajo también comporta una relación con la naturaleza y unas consecuencias con el medio ambiente.

Pero a día de hoy, tenemos que reconocer que el coronavirus está afectando muy seriamente a toda la humanidad. Ha alterado nuestro ritmo y nuestro sistema de vida más allá de lo que se podía imaginar. Sus efectos sobre el mercado laboral están siendo devastadores y lo serán aún más en el futuro inmediato, con una fuerte caída del empleo. Continuamente nos golpean las noticias sobre las repercusiones que esta crisis y el confinamiento comportan en todo el tejido social y económico, sobre todo para los autónomos y para las pequeñas y medianas empresas, y más aún para un sector como el turismo, que es uno de los principales motores de la economía de nuestro país.

Yo me pregunto: ¿Qué podemos decir ante esta situación? Vienen a mi memoria las palabras del papa Benedicto XVI en su encíclica Caritas in veritate, cuando afirmaba que «la Iglesia no pretende ofrecer soluciones técnicas a los problemas de nuestros días, sino recordar los grandes principios éticos sobre los que puede construirse el desarrollo humano”. La Doctrina Social de la Iglesia nos recuerda que la organización de los pueblos y del  mundo entero, no puede llevarse a cabo si no se coloca en el centro a la persona humana y si no se tiene como fundamento último a Dios, que es Creador y Providente, que es Amor, que quiere el bien de sus hijos y les enseña el camino de realización integral y de convivencia como hermanos formando una familia.

Esta pandemia ha puesto en evidencia la fragilidad de nuestro sistema, de nuestras previsiones, de nuestras defensas. Ahora llega el tiempo de la reconstrucción, de plantear muchas cosas de manera diferente, de adoptar un nuevo estilo de vida.  Por nuestra parte hemos que intensificar la vida de fe, el anuncio de Cristo y especialmente la acción caritativa y social con los más afectados por la crisis. Es verdad que el género humano posee suficientes recursos y posibilidades y tiene la experiencia de haber superado otras crisis. Es, pues, la hora del esfuerzo, del compromiso solidario, de la responsabilidad, por encima de intereses personales y partidistas. El papa Francisco nos acaba de proponer un plan para resucitar ante la emergencia sanitaria. Nos ofrece su hoja de ruta para reconstruir el planeta y conformar la civilización del amor frente a “la pandemia de la exclusión y la indiferencia”.