Fecha: 24 de julio de 2022

Coincidiendo con la fiesta el día 26 de julio de los santos Joaquín y Ana, padres de la Virgen María y abuelos del Niño Jesús, dedicamos más atención a aquellos que, porque son mayores o abuelos, merecen toda nuestra gratitud. Ellos nos han dado la vida, y han hecho mucho por nosotros y por el país. Están mayores, frágiles, quizás enfermos o dependientes, y sabemos que durante la pandemia son quienes más han sufrido. Este día debe ser de agradecimiento, de retorno de la ternura que nos dan, y sobre todo de acción de gracias respetuosa y alegre por sus vidas.

Actualmente, la cultura dominante tiene como único modelo al adulto joven, y prevalece la separación entre las etapas de la vida y el descarte de los viejos por no productivos y por acarrear muchos gastos. El Papa Francisco entre febrero y marzo de 2022 dedicó algunas catequesis sobre la vejez, y mostró de la Biblia a los ancianos que allí aparecen: Noé, Moisés, Simeón y Ana, el cuarto mandamiento, Noemí y Rut, Eleazar, Judit, Job, el Cohelet, el salmo 71. Él propone una alianza entre las generaciones ya que, con los recursos que sólo dan los años, los mayores pueden animar a los jóvenes a abrir horizontes, a tomar decisiones de futuro para entender las experiencias de vida y a enfrentarse a las grandes preguntas de la existencia.

Comentando la personalidad de Noé, se pregunta el Papa ¿qué pueden aportar los ancianos? Ayudan a desenmascarar el engaño de una vida que sólo busque el placer, vacía de interioridad, corrupta o despreciadora de los demás. Noé es el ejemplo de una vejez que genera vida, que no se queja ni recrimina, que mira al futuro con confianza, respeta la creación y cuida la vida de todos.

También los ancianos pueden dar testimonio gozoso de la presencia de Dios en sus vidas, a lo largo de muchos años, sin dejar de reconocer que a menudo también han habido debilidades y caídas. No hace falta ser perfectos para transmitir la fe. Y siempre esperar la visita del Señor, afinando los sentidos para descubrir su venida. Los ancianos son sensibles a los sufrimientos propios y de los demás; cuentan con ellos Y deben ser maestros de lo que el Papa llama “ternura social”.

El 4º mandamiento de Dios “honra a tu padre y a tu madre” (Ex 20,12), no se refiere sólo a los padres biológicos, sino al respeto y cuidado hacia las generaciones que nos precedieron, a todas las personas mayores. Honrarlos con ayudas materiales pero sobre todo con el amor, la escucha y la proximidad, teniendo en cuenta su dignidad. Sabemos que algunos son víctimas de las incomprensiones, las burlas e incluso de la violencia. Es importante que se transmita a las generaciones jóvenes que no podemos descartar a nadie, y que el respeto por la vida, debe manifestarse en todas las etapas, desde la concepción hasta su final natural.

Los ancianos son también a menudo ejemplos de coherencia en su fe e incluso de heroicidad en momentos de guerras y de persecuciones. Son modelos de perseverancia en las pruebas y sufrimientos, sabiéndolas transformar en espera confiada de las promesas de Dios. Ante la tentación tan actual de separar fe y vida, los ancianos pueden enseñarnos a perseverar. Muchos se ríen como si la fe fuera algo viejo, algo inútil. Ante esto estamos llamados a testimoniar que la fe no es algo sólo para una etapa de la vida (niños y ancianos) sino una bendición para todos, un don que debe ser cuidado, respetado y testimoniado.