Fecha: 28 de febrero de 2021

Hablando de los humanistas cristianos activos, decíamos que, para serlo de verdad, han de hacer un proceso personal prolongado y que además, de algún modo, participarán de la Cruz de Cristo. Así nos introducimos en el Camino de la Cuaresma.

Vivamos la Cuaresma, como siempre, insertos en el camino de la vida humana concreta. En particular, vivámosla muy conscientes de la gran crisis humana de la pandemia, ese poder, extraño, desestabilizante, enemigo de la vida humana. Nos ayudará oportunamente un mensaje que hallamos en la Carta a los Hebreos.

Esta carta se dirige a cristianos que se ven expuestos a una prueba difícil. Los tiempos en que se sentían generosos y decididos para el sufrimiento quedan ya lejanos. Cuando empezaron a creer en Cristo, vivieron momentos de gran entrega y generosidad para afrontar sufrimientos y persecuciones (cf. He 10,32-39). Con el paso del tiempo, esta disponibilidad se había enfriado. Entonces, el autor, les cita el salmo 94(95):

“Por eso, como dice el Espíritu Santo en la Escritura:’Si hoy escucháis lo que Dios dice,  no endurezcáis vuestro corazón como aquellos que se rebelaron y pusieron a Dios a prueba en el desierto. Allí me pusieron a prueba vuestros antepasados, aun cuando habían visto mis obras’”

Para entender esto, invitamos a realizar cuatro saltos en el tiempo, como yendo de crisis en crisis. El autor del Salmo 94(95) recuerda la crisis del pueblo en pleno desierto, allí donde Dios les había puesto, camino de la libertad: sed y hambre y protesta lógica por parte del pueblo contra Dios (Meribá = disputa y Masá = tentación). Esa misma crisis podían vivir los que oraban con el salmo, siglos más tarde. Por su parte, el autor de la Carta a los Hebreos, siglo I, identifica una crisis semejante en sus interlocutores, cuando están tentados de quejarse y protestar ante persecuciones y sufrimientos. El cuarto “salto” en el tiempo lo hacemos nosotros, al mirar la crisis que estamos sufriendo.

Crisis semejantes, que plantean los mismos problemas, que despiertan las mismas reacciones. En definitiva, una misma humanidad que sufre esencialmente las mismas crisis, ante un mismo Dios. Pero la humanidad va cambiando de ánimo, de voluntad, de ideas y de proyectos, mientras que Dios permanece: su nombre es “el Dios fiel, en su palabra, en su promesa, en su ser”. Este es el fundamento último del gran mensaje: “escuchar HOY su voz”.

¿Qué quiere decir esto?

          Primero, que en Dios no hay tiempo que haga cambiar o “desgastar” su voz. Él sigue hablando y llamando, sea cual sea la situación que vivamos.

          Segundo, que Dios habla en la situación concreta, en la historia, en el momento que vivamos, sobre todo en el momento de crisis.

          Tercero, que él hace oír su voz esperando respuesta.

Con una particularidad. Dios no cambia, porque su ser es amor inagotable. Pero sí que se ha manifestado progresivamente en la historia. Su “hoy” ha sido un continuo crecimiento de amor hasta el extremo. Dice el Salmo que “habían visto sus obras”. ¿Qué obras? Sus obras de amor. En el Éxodo la liberación de la esclavitud. En tiempo de la Carta a los Hebreos, su obra definitiva: el Misterio Pascual, la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. En nuestro tiempo ese mismo acontecimiento brilla iluminando el gran “hoy” del Espíritu, para que escuchemos su voz en plena crisis y sepamos responder.