Fecha: 25 de febrero de 2024

Hoy hace dos semanas que celebrábamos el Miércoles de Ceniza escuchando el siguiente imperativo: “¡conviértete y cree en el Evangelio!”

Y durante cinco semanas estamos recibiendo una llamada constante a la conversión tal como podemos constatar por ejemplo a la luz de lo que pedimos en la oración colecta del inicio de la misa de los cinco domingos de Cuaresma. En ellas se nos indica que la Cuaresma la tenemos que vivir como un tiempo para incorporarnos y convertirnos al misterio de la Pascua de Cristo. Si acudimos, en efecto, a la misma liturgia, nos daremos cuenta de lo más esencial que pedimos al Señor en los cinco domingos, expresado, como digo, en las oraciones colectas de la Misa:

  • Progresar en el conocimiento del misterio de Cristo (1.º domingo)
  • Que sea purificada nuestra visión espiritual para escuchar al Hijo amado y alimentarnos de su Palabra (2.º domingo)
  • Vernos aliviados de sentirnos agobiados por nuestras culpas contando con la gran misericordia de Dios (3.º domingo)
  • Apresurarnos con anhelo y con una fe muy animosa a celebrar las fiestas pascuales (4art domingo)
  • Progresar continuamente en la caridad (5.º domingo)

¡Y esto es apenas solo una muestra de la riqueza de la liturgia! En efecto, también podríamos hacer un ejercicio parecido meditando, por ejemplo, el contenido de los prefacios para las misas de Cuaresma. Es esta, pues, una buena “herramienta” que tenemos al alcance, nosotros que quizás podemos caer en la tentación de celebrar diaria y semanalmente la Eucaristía sin meditar suficientemente las oraciones que recitamos, que son la oración que la Iglesia nos pone en nuestros labios año tras año en estos días cuaresmales. El itinerario litúrgico cuaresmal hacia la Pascua merece la pena tenerlo muy en cuenta y hacerlo muy nuestro.

Cada domingo y cada día, durante la Cuaresma que estamos celebrando, la santa Liturgia nos toma de la mano y nos conduce junto a Jesús, para seguirlo paso a paso en todo su recorrido hacia el Padre que está en el cielo. Los “tiempos litúrgicos” continúan repitiéndose, anualmente, para que nunca dejemos de ser discípulos, es decir, “alumnos” de Jesús, Maestro y Señor. Necesitamos, por así decirlo, “repetir curso” cada Cuaresma, “progresando adecuadamente”, escuchando nuevamente y siguiendo otra vez a Jesucristo hacia la Pascua.