Fecha: 28 de enero de 2024

Una vez, hace ya muchos años, escuché una fábula, como un cuento popular o parábola, que hoy me gustaría compartir con todos vosotros.

Cuentan que, una vez, dentro de una carpintería, se organizó una asamblea muy extraña. Se reunieron todas las herramientas del taller para rendir cuenta de sus diferencias.

El martillo asumió la presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar a tal cargo. ¿Por qué causa? ¡Hacía demasiado ruido! Y, además, se pasaba el día dando golpes.

El martillo aceptó la renuncia, reconociendo su parte de culpa, con una condición: que también se expulsara al clavo y al tornillo. Al clavo, porque necesitaba muchos golpes para hundirse y al tornillo, porque se le tenían que dar muchas vueltas para que sirviera de algo.

Ante tal ataque, el tornillo y el clavo aceptaron marcharse, pero con una condición: que también fuera expulsada la lima. Esta, dijeron, es muy áspera en su trato y siempre genera fricciones con todo el mundo.
La lima también estuvo de acuerdo, pero con una condición: que se expulsara al metro que siempre se pasa el día tomando medidas de los demás según su medida, como si él fuera el único perfecto.

En medio de la tensión que cada vez se iba haciendo más fuerte, entró el amo de la carpintería. El carpintero se puso el delantal y empezó a trabajar con todas sus herramientas. Usó el martillo, la lima, los clavos y los tornillos y el metro. Así la tosca madera inicial se convirtió en un mueble muy bonito.
Cuando la carpintería quedó nuevamente en silencio, la asamblea volvió a hacer su deliberación. Entonces la sierra tomó la palabra: “Señores, ha quedado muy demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades. Esto es lo que nos hace valiosos. Por lo tanto, creo que es mejor que no pensemos más en nuestros puntos defectuosos y sí que nos tenemos que concentrar en la utilidad de nuestras cualidades”.

La asamblea, entonces tomó conciencia de la fortaleza del martillo, que los tornillos y los clavos unían y daban fuerza, que la lima era especial para afinar y sacar las aristas, y también observaron que el metro era preciso y exacto.
Después de esta constatación se sintieron un equipo capaz de producir bellas obras y muebles de calidad. Se sintieron muy orgullosos de sus cualidades y de trabajar juntos.

Esta parábola hace que nos demos cuenta de que -como nos recordaría el Papa Francisco- hay que “caminar juntos”, sinodalmente, como discípulos misioneros del Señor, que cuenta con todos y cada uno de nosotros, sumando las cualidades que cada uno tiene y no señalando los defectos de los demás. Es un gozo y vale mucho la pena trabajar juntos a nivel pastoral, en equipo, nunca como francotiradores individualistas o mesiánicos, siempre en comunión y fraternalmente, y más contando en todo momento con la ayuda de Dios, que saca de nosotros lo mejor que tenemos en nuestro interior, que es don suyo.