Fecha: 20 de diciembre de 2020

El Adviento llega a su fin. El próximo viernes celebraremos la fiesta de Navidad, el día de nuestra salvación. En el corazón del ser humano hay un deseo de paz que él mismo no puede realizar: necesitamos ser redimidos. Sabemos que no podemos salvarnos a nosotros mismos e instintivamente no queremos abandonarnos a la desesperación, a la resignación o al escepticismo. La humanidad necesita que alguien la salve desde fuera. Durante el Adviento hemos hecho nuestro el grito del Pueblo de Dios, que es también el grito de toda la humanidad, pidiendo a Dios que actúe: “Ojalá rasgases el cielo y descendieses” (Is 63, 19).

Celebrar la Navidad es confesar que este deseo hecho plegaria no ha caído en el vacío, que ha sido escuchado: Dios nos ha dado una paz que el mundo no puede dar; en la oscuridad ha brillado una luz de esperanza; a una humanidad que, si permanece encerrada en sí misma, no tiene otro camino que el absurdo o la desesperación, se le ha abierto una ventana que le permite contemplar la realidad con una mirada nueva. Navidad es un milagro. Esa noche, de un modo inesperado, en el silencio, en una gran pobreza y soledad, aconteció lo que toda la humanidad estaba esperando. Tal vez no sucedió como muchos piensan que deben ser los momentos importantes, pero el actuar de Dios no se somete a los esquemas humanos.

Dios ha venido a salvar al hombre por unos caminos insospechados: ha querido experimentar Él mismo la fragilidad de una humanidad que necesita ser salvada. Ha querido caminar con nosotros por los caminos oscuros de nuestras pobrezas y miserias; ha querido sentir en su propia carne la sed de salvación. Comenzó su camino buscando un lugar en Belén para nacer, vivió en pobreza, sufrió una condena injusta y murió ajusticiado en una cruz. De este modo ha hecho suyos todos nuestros anhelos y nos ha concedido que su vida se convierta en nuestra salvación. La fe nos permite superar el círculo viciado en el que nos perdemos cuando únicamente confiamos en las propias fuerzas.

Puede celebrar la Navidad quien tiene la humildad de renunciar a vivir únicamente desde sí mismo y para sí mismo; quien se arriesga a vivir desde la Gracia de Dios; quien sabe que no le salvará lo que tiene, ni lo que hace, ni lo que sabe, ni lo que puede, ni lo que consigue con sus propios medios, ni lo que ha conseguido a lo largo de su vida… Solo la humildad de Dios tiene poder de salvación. Quien cree en el milagro de la Navidad puede vivir de gracia. Navidad es la fiesta de los pobres y los humildes, porque Dios se ha hecho uno de ellos.

En esa humildad se revela la verdadera dignidad humana: la grandeza del ser humano no está en su orgullo, ni en sus pretensiones de superioridad, ni en su afán de grandeza, sino en aceptar la propia pequeñez y abrirse al amor salvador de Dios. Por ello la Navidad no es la fiesta del boato ni del consumo, sino la celebración del amor de Dios que, al revelarnos su bondad, funda un nuevo humanismo y nos enseña a construir el mundo desde unos nuevos valores.

Feliz Navidad a todos.