Fecha: 13 de febrero de 2022

Cada año la campaña de “Manos Unidas” nos pone ante los ojos el tremendo problema del hambre en el mundo. Es decir, nuestro problema del hambre en nuestro mundo. Hay que decirlo así, para que esa palabra “mundo” no evoque una realidad lejana y, por ello, extraña. La campaña, que nació y se sustenta en un voluntariado cristiano mayoritariamente femenino, pretende, en primer lugar, que nos dejemos afectar por el sufrimiento de las personas que mueren de hambre o no tienen acceso a una alimentación digna.

Este objetivo nos suele recordar la importancia del pan.

El pan (el pan de trigo o sus equivalentes) es un símbolo fundamental en todas las culturas del mundo. Lo es porque el hambre es esencial al ser humano. ¿Qué es la persona humana?… Un ser hambriento. ¿Qué necesita toda persona humana para vivir?… Saciar constantemente su hambre. El pan es lo más necesario para el ser humano.

Un experto impartía una charla a un grupo de voluntarios de una ONG. Para motivarles en su tarea fue anotando en la pizarra una lista de necesidades que tenemos los humanos para sobrevivir. Viendo esa lista, mi impresión fue que se quedaba corto.

Entonces recordé una anécdota que cuentan de Rilke.

Yendo cada día a la universidad en París en compañía de una amiga, el poeta encontraba una mujer que pedía limosna. Él nunca le daba nada, mientras que la compañera solía darle una moneda. La joven se lo reprochó y el poeta repuso: “Le tendríamos que regalar algo a su corazón, no sólo a sus manos”. Al día siguiente, Rilke llegó con una espléndida rosa, la puso en la mano de la mujer, quien alzó la vista, miró al poeta, se levantó como pudo, tomó su mano y la besó. Luego, se fue, estrechando la rosa en su regazo. Durante una semana nadie la volvió a ver, pero ocho días después, la mendiga apareció de nuevo sentada en la misma esquina, silenciosa, inmóvil como siempre. “¿De qué habrá vivido todos estos días que no recibió nada?”, preguntó la joven. “De la rosa”, respondió el poeta.

El hambre que parece más “urgente” es el que se siente en el estómago; su solución es el pan físico, que logra la saciedad durante un rato. El hambre que se vive en las emociones y sentimientos, se puede saciar con terapias, ejercicios, conductas, gestos…; su efecto es algo más duradero (como, por ejemplo, una semana, tras la impresión de recibir una rosa como signo de cercanía y afecto). El hambre que se vive en el corazón se sacia con la aceptación de una Verdad, un Bien, un Amor sin límites.

Jesús dio de comer, sació gratuitamente los estómagos de una multitud. Cuando explicó lo que había ocurrido dejó desconcertados a sus discípulos:

“Os aseguro que vosotros no me buscáis porque hayáis visto las señales milagrosas, sino porque habéis comido hasta hartaros. No trabajéis por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y os da vida eterna. Esta es la comida que os dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en Él.” (Jn 6,26-27)

Más tarde llegará a decir: “yo soy el pan de vida” (v. 35) Es decir, lo único necesario para saciar el hambre y seguir viviendo. Lo único urgente y necesario para que cualquier persona humana viva.

Bien entendido que fue el mismo Jesús quien alimentó a la multitud que sufría el estómago vacío. Para él no eran tres panes, sino uno solo; los dos primeros son un signo, una señal, del “verdadero-auténtico pan de Vida”.