Fecha: 20 de noviembre de 2022

En los últimos años abundan las iniciativas para restaurar el patrimonio que nos han legado nuestros mayores. Jornadas, conferencias, especialidades universitarias, subvenciones de entidades privadas, administraciones públicas… muestran un gran interés en recuperar los frutos culturales que las generaciones anteriores han cultivado con dedicación y esmero. Es muy positivo comprobar el creciente entusiasmo de muchas gentes de nuestro entorno para apreciar los elementos que definen las señas de identidad de nuestro mundo occidental.

Hace unas semanas se celebraban las Jornadas Europeas de Patrimonio. Se programan cada año y con una creciente afluencia de participantes los cuales conocen, reconocen y admiran monumentos y objetos artísticos. Siempre quedan sorprendidos de la gran riqueza que observan. Además de dichas jornadas vemos cómo de forma continuada se programan conferencias, congresos o seminarios sobre el patrimonio en todas las modalidades artísticas. Todo ello denota un alto nivel de vida cultural en fundaciones privadas, en ayuntamientos y universidades, en los gobiernos autonómicos y en los mismos estados. Es digno de elogio ese interés.

También la Iglesia católica ha tenido una obsesiva preocupación por producir y conservar todo su patrimonio que, en un principio se dirigía fundamentalmente a la liturgia (templos, ornamentos, orfebrería, música…) y a la devoción privada (Misales, Libros de las Horas…). Todo se hacía para alabar a Dios y darle gloria. Como podéis imaginar hablamos sólo del patrimonio material. El otro, el inmaterial, es más profundo porque afecta al ser humano en su totalidad y es más compleja su explicación y su consiguiente exigencia de autenticidad para seguir a Cristo.

No quiero entrar hoy en la gran polémica que, como el río Guadiana, aparece y desaparece a conveniencia de determinados sectores sobre el patrimonio de la Iglesia, el origen de su propiedad, las inmatriculaciones, las denuncias y las mil discusiones que enrarecen nuestras relaciones. Hay mucho escrito sobre el tema desde un punto de vista legal, social e histórico. No es ahora el momento aunque se dan casos curiosos magnificando una denuncia de una ermita de un pequeño pueblo de Navarra o silenciando una reciente sentencia de la Audiencia de Castellón dando la razón al obispado de Tortosa en contra de una denuncia de un gran municipio. Podemos afirmar que las propiedades son de la comunidad cristiana que, a lo largo de los siglos, las ha creado y las ha conservado y ha dado grandes pasos para una costosa restauración aportando dinero y trabajo de muchas personas. Son bienes que, sin ninguna polémica, se ponen a disposición de toda la sociedad.

Mi pretensión con estas líneas era informar de una iniciativa que tomaron las diez diócesis con sede en Cataluña hace una década, la puesta en marcha de CATALONIA SACRA, que durante todo este tiempo ha realizado un sinfín de actividades a lo largo de todas las poblaciones y comarcas de Cataluña. Han utilizado los servicios de expertos para explicar y visitar los monumentos más característicos y han acercado a muchos interesados a contemplar todo el arte religioso.

El pasado cuatro de octubre se conmemoró con un solemne acto en el templo de san Pablo del Camp en Barcelona la década de esta benemérita institución. Un numeroso público agradeció con un prolongado aplauso la presentación de lo realizado en estos diez años por parte de responsables y técnicos de CATALONIA SACRA. Desde aquí, dejo constancia escrita de mi gratitud y os invito a leer la publicación que periódicamente aparece en los obispados y en las parroquias sobre esta cuestión de conservación y restauración del patrimonio.